Fabra i Ribas y la posición de los socialistas franceses ante la Gran Guerra
Como es sabido, la Segunda Internacional no pudo evitar ni contener ni impedir el estallido de la Gran Guerra. Quizás el asesinato de Jaurès escenifica el fracaso en este empeño en el que tanto se había trabajado en distintos Congresos de la Segunda Internacional en la época de la paz armada. En el PSOE, en medio de un intenso debate sobre la validez de la Conjunción Republicano-Socialista, se produjo otro, de menor calado, sobre la Gran Guerra donde, a pesar de intentar ser fieles a los principios internacionalistas y contra la guerra, terminó dominando la postura mayoritaria aliadófila. En este contexto nos acercamos al juicio que el destacado socialista catalán Antoni Fabra i Ribas, uno de los socialistas que más vinculación con el ámbito internacional tuvo el PSOE, realizó sobre la actitud del socialismo francés en el inicio de la contienda.
Fabra i Ribas combinará el relato de los hechos con su interpretación y juicio.
En primer lugar, explicaba que antes del 4 de agosto, es decir, previamente a la declaración de guerra de Alemania a Francia, el Partido Socialista avisó al Gobierno que, si Rusia cometía alguna imprudencia para provocar a Alemania, los socialistas denunciarían el tratado de alianza franco-ruso, apelando hasta la fuerza si fuera preciso. Es decir, desde nuestra perspectiva, los socialistas franceses seguían fieles al principio de evitar la guerra costase lo que costase, pero la declaración de guerra alemana trastocó la clásica posición socialista.
Efectivamente, esta declaración, la violación de la neutralidad de Bélgica y la inminente invasión de Francia, provocaron que los socialistas cambiaran su postura y evitaran crear problemas al Gobierno galo en su tarea de organizar la defensa nacional. Fabra i Ribas opinaba que esta era la única actitud que se podía adoptar en aquellos momentos. Pero ya no era tan favorable sobre la postura que asumió el Partido Socialista de votar los créditos extraordinarios para la guerra. El grupo parlamentario socialista no había hecho declaración alguna y no justificó el cambio de actitud, mezclando sus votos con los de las otras formaciones, con los “diputados burgueses” en expresión de Fabra. Esto fue, por lo tanto, una falta para Fabra. Eso sí, tenía cierta explicación o atenuante. Al parecer, la sesión en la que se habían votado los créditos había sido el 4 de agosto, el mismo en el que se había producido el entierro de Jaurès. Además, en aquella misma sesión parlamentaria el presidente de la Cámara había pronunciado la oración fúnebre del socialista. Así pues, Fabra concluía que a la hora de juzgar la conducta de los socialistas franceses había que tener en cuenta la emoción que les dominaba y la confusión generada.
Pero lo que no tendría disculpa, en su opinión, habría sido que el Partido Socialista no se había opuesto a que se declarara París en estado de guerra, y a que el Gobierno de la ciudad quedara en manos de la autoridad militar. Eso no había pasado en la guerra contra Prusia.
Tampoco veía con buenos ojos que el Partido no se hubiera opuesto con todas sus fuerzas a las numerosas arbitrariedades que había cometido la censura, y que había suspendido libertades esenciales de la Constitución francesa.
Eso sí, también consideraba que estos “pecados” eran secundarios en comparación con los cometidos por el SPD.
Aparte de estas cuestiones, Fabra creía que el Partido Socialista en Francia había procedido con gran corrección desde que había empezado la contienda. Una vez que se había acordado prestar apoyo a la obra de la defensa nacional, la Comisión administrativa de la formación había delegado en Jules Guesde para visitar al presidente Poincaré con el fin de exponerle las condiciones que exigían los socialistas para colaborar en el Gobierno. Tres eran dichas condiciones. La primera tenía que ver con el hecho de que si Francia saliera victoriosa de la guerra no anexionaría territorio alemán. La segunda era relativa al contencioso de Alsacia-Lorena. Había que dejar en libertad a sus habitantes para que decidieran su futuro. Y, por fin, que no se debía luchar contra el pueblo alemán, sino contra el régimen que había lanzado la guerra, cuestión ésta que, a nuestro juicio, parecía muy complicada de realizar en una guerra.
Al parecer, Poincaré accedió a estas demandas, satisfecho por la colaboración. Y así se abrió la entrada para los socialistas en la Unión Sagrada.
En las asambleas del Partido se había anunciado que la presencia de los socialistas en el Gobierno cesaría en el momento que terminase la Guerra, y para que nadie pudiera invocar este precedente para defender la participación de los socialistas en el poder, cuestión que seguía siendo en el socialismo internacional fundamental, aunque luego en el período de entreguerras dejaría de tenerse en cuenta.
El artículo de Fabra se publicó en el número del 16 de enero de 1915 de Acción Socialista.