La doble jornada de la mujer trabajadora en los años veinte
Gertrudis Hanna, sindicalista alemana y vocal del Comité Sindical Internacional de Trabajadoras, nos ha dejado un análisis muy sugerente sobre la realidad laboral de la mujer trabajadora a cuenta de la importancia de la jornada de ocho horas para la mujer, que pasamos a conocer en la presente pieza.
Para Hanna la limitación de la duración del trabajo a ocho horas diarias tenía una especial significación para la mujer obrera casada, más aún que para los hombres porque al terminar su jornada laboral la inmensa mayoría de estas trabajadoras no podían entregarse al descanso o al ocio creativo, como podían hacerlo los hombres. Al regresar a casa a la mujer le esperaba, por regla general, una enorme cantidad de ocupaciones que exigían las mismas energías que había gastado en la fábrica: quehaceres del hogar, la compra y la comida.
El problema se agravaba porque con la bajada de salarios en casi todos los países, y especialmente de los que se pagaban a las mujeres, había también disminuido de forma considerable el número de familias que podían permitirse una ayuda auxiliar en los quehaceres domésticos.
Pero también la mujer soltera trabajaba más en la casa que los hombres. Ellas hacían todo el trabajo doméstico y, además, sus bajos salarios no les permitía poder gastar una parte en libros, diversiones, etc.
Las exigencias que se desprendían de esta especie de doble imposición de las fuerzas físicas de las mujeres trabajadoras eran muy negativas para las mismas, y terminaban afectando al propio trabajo, ya que no contaban con suficientes horas de descanso y de ocio reparador.
Por eso Hanna reclamaba que las mujeres debían lograr una reglamentación de la duración del trabajo que pudiera ser considerado “saludable”. Había que aplicar a la mujer trabajadora, realmente, la fórmula de: “ocho horas de trabajo, ocho horas de ocio, ocho horas de descanso”. Competía a la organización sindical luchar para conseguir esto, pero nosotros nos preguntamos, ¿con la aplicación estricta de las ocho horas de trabajo, la mujer obrera podría dedicarse al ocio de la misma manera que el hombre o no se trataría más, en línea con lo que pensamos en nuestro presente con un cambio de mentalidad en relación con las tareas domésticas y familiares involucrando a los hombres? Nos parece que eso es, efectivamente, más de nuestro presente, si cierta carga paternalista.
En todo caso, es importante observar como las sindicalistas ya eran conscientes de esa doble jornada femenina y de su intrínseca injusticia.
Hemos consultado el número 5474 de El Socialista, de 20 de agosto de 1926.
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