A mí, señoras mías, me parece (desde Fontainebleau)
Nos gusta recorrer las librerías y acercarnos a obras que ya llevan un tiempo publicadas y que, aunque hoy en día es difícil porque los libros desaparecen volando, consiguen mantenerse o reaparecen en los estantes. En su día, por distintas razones no nos hicimos con ellas, seguramente porque teníamos otras preocupaciones o por puro desconocimiento. Pero años después el redescubrimiento o el descubrimiento realmente de esas obras suele terminar en la consumación de un placer proporcionado por su lectura. Es el caso del libro que brevemente aquí reseñamos.
En 2016, Acantilado publicó una de esas joyas que edita constantemente, un libro de treinta y un relatos de la escritora francesa Florence Delay, miembro de la Academia Francesa, y que también es una destacada traductora muy vinculada a la lengua y cultura españolas. El libro se titula en castellano A mí, señoras mías, me parece (Il me semble, mesdames), y gira en torno al palacio de Fontainebleau en la época de los Valois en el Renacimiento, desde Francisco I, pero llegando hasta el primer Borbón, Enrique IV, en el Barroco. La Escuela de Fontainebleau es fundamental dentro de la historia del arte francés, aunque realmente hubo dos períodos. En el primero destacó Rosso Fiorentino, así como Primaticcio. La segunda época ya es con el mencionado Enrique IV, que superó el marco estricto de Fontainebleau, para emprender una tarea decorativa de más amplios vuelos porque afectó a más residencias reales.
La obra parece un juego donde damas reales, como reinas, o imaginarias -ninfas y las dianas cazadoras tan propias de la Escuela de Fontainebleau-, protagonistas de las obras de arte que adornaron el palacio, menos conocido por el púb
lico en general, obnubilado por Versalles, pero que, insistimos, constituye una obra de primera magnitud, nos cuentan historias artísticas, pero también historias de la historia. Tenemos que recordar que ya en 1987 Delay había publicado para Franco Maria Ricci, Les Dames de Fontainebleau, pero, como nos informa la autora, el libro se había agotado, y ahora aquellas damas habían conseguido escaparse de los cuadros.
Se trata de esos libros que destilan sabiduría en el relato, pero sin el peso de la erudición, por lo que todos y todas podemos acercarnos a la belleza en sus líneas, y, a lo mejor, hasta aficionarnos a profundizar.
Es un libro pequeño, pero lleno de sugerencias, de belleza, dentro de esa maravillosa preocupación de tantos escritores e intelectuales franceses, pero también italianos, por proporcionarnos placer y sabiduría con sus letras a propósito del legado artístico, literario, y, en general cultural de nuestro viejo continente.
Déjense seducir primero por el libro, y luego sumérjanse en la Escuela de Fontainebleau, si nos permiten el consejo.