La población española en el siglo XVIII
Si el siglo XVII se había caracterizado por una profunda crisis demográfica, la nueva centuria experimentó una evidente recuperación de la población. Se calcula que en 1700 en toda España podía haber unos siete y medio millones de personas, mientras que el siglo terminó con once millones y medio. Este crecimiento se debió, en primer lugar, a las mejoras agrarias introducidas, a todas luces insuficientes para emprender una revolución económica como en Inglaterra y el fin de las crisis de subsistencias con sus consiguientes hambrunas, pero que sí pudo permitir una mejor alimentación de la población en general, con muchas excepciones.
Por otro lado, la peste desapareció, aunque se mantuvo la fuerza de otras enfermedades, como el cólera y la fiebre amarilla.
El Despotismo ilustrado intentó mejorar, con éxito desigual, la higiene general, especialmente la urbana. En este sentido, hay que destacar el intento de sacar los cementerios de los cascos urbanos por la Real Cédula de 1787, que establecía que debían situarse extramuros en toda España, aunque su alcance sería muy limitado por el peso de la tradición, más fuerte, sin lugar a dudas, que la razón ilustrada, teniendo que esperar a muy avanzado el siglo XIX para ver cumplido este objetivo.
Por otro lado, los avances médicos y farmacológicos, aunque existentes, como veremos a continuación, no llegaron a la mayoría de la población.
En todo caso, el crecimiento demográfico no fue uniforme, siendo más alto en la periferia que el centro, y también debemos insistir que la estructura de la población española siguió dentro de los parámetros del régimen demográfico antiguo, caracterizado por altas tasas de natalidad y mortalidad, y con una mortalidad infantil muy elevada. El crecimiento demográfico se iría frenando a finales del siglo, y a comienzos del siguiente, entre 1803 y 1804, se vivió una evidente crisis de subsistencia, que desató una fortísima hambruna. En este sentido hay que referirse también a la primera gran epidemia de fiebre amarilla de 1800, enfermedad introducida por un barco procedente de La Habana en el puerto de Cádiz, provocando altas cifras de muertos y verdadero pánico. Por su parte, en el siglo XVIII se levantaron lazaretos, es decir, establecimientos sanitarios para aislar a pacientes de enfermedades contagiosas o para que los viajeros procedentes de lugares afectados por epidemias pasaran la cuarentena, el método empleado para intentar impedir las pandemias. En el siglo se abrieron los de Cádiz y Algeciras.
Una mención especial en la lucha contra las enfermedades se produjo en el caso de la viruela. La vacuna fue introducida en España en 1800 por el médico catalán Piguillem. Tres años después, se organizó una expedición marítima para llevar la vacuna a América con el fin de combatir la epidemia, la conocida como Expedición Balmis en referencia al médico Francisco Javier Balmis. Se ha considerado la primera expedición sanitaria internacional de toda la Historia, y tuvo a los niños como protagonistas porque ellos fueron inoculados para llevar la vacuna a Ultramar.
Por fin, en el ámbito demográfico es de destacar el esfuerzo realizado por el poder en relación con el conocimiento de la población, al ser considerada como un recurso fundamental de la riqueza del Estado, junto con sus consecuencias fiscales. En ese sentido, el siglo XVIII español ha dejado importantes censos de población, como el de Aranda de 1769, el principal de Floridablanca de 1787, y el de Godoy del año 1797. La pasión por la recopilación de información demográfica también se transmitió a otro tipo de actividades, como vimos con el Catastro de Ensenada, o a través del Censo de Frutos y Manufacturas de 1799, que recogió los datos remitidos por los intendentes sobre las principales fuentes de riqueza.