Un homenaje a Stefan Zweig a través de su “Fouché”
El 22 de febrero de 1942 Stefan Zweig y su esposa se suicidaron en Petrópolis porque creían que el mundo como ellos lo habían entendido iba a desaparecer, porque el nazismo terminaría con civilización. Ochenta años después seguimos leyendo las novelas y las biografías de uno de los escritores más interesantes que uno se puede encontrar en la vida. No podía dejar pasar la triste efeméride sin realizar un tímido homenaje a quien tan feliz me ha hecho como lector.
Para realizar este homenaje me he fijado en una de las biografía que leí hace tiempo, la dedicada a uno de los genios menos conocidos de la Historia, Fouché, y digo genio porque era un superviviente político, que supo moverse en un período tan complicado como el que va de la Monarquía absoluta borbónica hasta la Restauración monárquica, pasando por la Revolución y el Imperio napoleónico, y porque lo hizo, a pesar de las altas responsabilidades que tuvo, en la sombra, alcanzando sus objetivos, aunque pudieran parecernos detestables, siendo uno de los creadores de la policía política, tan importante lamentablemente, a partir de entonces, constituyendo un poder casi autónomo. Pues a pesar de que no nos pueda parecer un personaje simpático, sí es intensamente atrayente.
Pero no voy a hacer una reseña personal de la obra, sino que voy a comentar la que le hizo el destacado socialista aragonés Manuel Albar (1900-1955), para las páginas de El Socialista en marzo de 1931.
Albar afirmaba que nadie superaba en ese momento a Zweig en el “arte difícil de la biografía” porque nadie poseía como él el sentido de la penetración hasta los mas recónditos rincones del espíritu. Era como si tuviera una visión doble. En el laberinto de las mil cosas que constituían una vida, el escritor conseguía adentrarse en lo más hondo, y lo hacía con paso firme, de saber estar en el secreto del misterio, por lo que conseguía salir airoso de la aventura. Y es que, además, Fouché era en si un personaje enigmático, al que supo Zweig magistralmente analizar en lo físico, aunque eso no era, siempre a juicio de Albar y del nuestro propio, lo más importante o lo que más nos interesaría en la vida de los hombres, sino lo íntimo, “lo que no se descubre a la mirada”. La cuestión no sería tanto ver a los hombres y las cosas según su fisonomía exterior, sino estudiar y saber por qué los hombres y las cosas han sido como son, una reflexión brillante, a nuestro juicio de Albar, que compartimos, y que Zweig nos demostró con sus biografías.
Muchos se habían quedado en ver a Fouché como un ambicioso vulgar que alcanzaba el poder a través de traiciones y servilismo. Pero Zweig realizó un análisis psicológico más profundo. El Fouché de Zweig no era un personaje “raquítico, odioso, pero insignificante”. No, al contrario, era grande, un poco como habíamos dicho nosotros al principio al calificarlo de “genio”, y lo hacíamos así porque hemos leído la biografía y coincidimos con el análisis de Albar. Era grande por algo que puede parecer paradójico, por su “infinita e incomparable pequeñez moral”. No se trataba de calificarle de traidor e intrigante, sino que era el prototipo de la traición y el genio de la intriga. A pesar de los altibajos de su vida, en realidad, había seguido siempre una línea recta. Fouché no había perdido en su vida nunca su camino, y había sido un peligroso enemigo de quien había intentado cerrarle el paso. Su peligrosidad, además, se derivaba de que actuaba en la sombra, un territorio que dominaba porque ni fue un buen orador, ni un brillante escritor, ni desarrolló una personalidad deslumbrante frente a la verdadera pléyade de personajes brillantes de la época. En la esfera pública no era nadie, en la sombra lo era todo, moviendo los hilos para conseguir su victoria, aunque de puertas para fuera pareciera el vencido. Y para demostrarlo, Albar recordaba las distintas traiciones y movimientos de Fouché desde la Convención. En este sentido, no podía dejar de hacer la comparación con De Tayllerand, tan amigo del poder como el otro, pero desde el brillo social y el derroche público.
Pues, estimado lector, anímese con esta biografía. Albar manejó la que publicó la Editorial España, con traducción de Máximo José Kahn y Miguel Pérez Ferrero. Yo le recomiendo la de Acantilado, Fouché. Retrato de un hombre político, con traducción de Carlos Fortea, y que ya lleva doce ediciones hasta el momento.