¿Qué es la civilización para la izquierda?: reflexionando con Miguel Peydro
Lamentablemente, Miguel Peydro es un personaje muy poco conocido hoy en día, a pesar de que en la última etapa de su vida estuvo muy activo en la política madrileña. Peydro Caro fue un murciano, nacido en 1913 y fallecido en 1998, que fue abogado y miembro de la Real Academia de Jurisprudencia y Legislación, periodista, activo sindicalista y socialista, especialmente en el exilio, escritor, y que regresó a España en 1957 para ejercer de abogado y militar clandestinamente. Al principio se quedó en el sector histórico del Partido Socialista cuando se produjo la escisión de 1972, aunque diez años después se incorporaría al PSOE, siendo elegido presidente de la Federación Socialista Madrileña y diputado por la Asamblea de Madrid.
Pues bien, Peydro realizó unas reflexiones sobre la civilización occidental, el socialismo en un artículo de 1951 en El Socialista, que queremos rescatar en El Obrero, porque son, realmente, intemporales, o podemos aprovechar para hacer alguna lectura en clave actual, nuestro objetivo en opinión.
Peydro opinaba que se abusaba mucho del concepto “civilización occidental” y del mito que constituía su defensa. Por eso, pensaba que era conveniente señalar qué significaba para un socialista la civilización occidental, establecer sus límites y quienes podían ser y no ser sus defensores.
Nos recordaba el intelectual socialista que el concepto de civilización era algo que iba íntimamente unido al tiempo y al lugar, una de las verdaderas obsesiones de este autor que les escribe cada día, pero en su profesión de profesor de Historia en Secundaria. Así pues, era un concepto variable, y una convención establecida por los hombres. En el concepto podía comprenderse el modo de vivir de un pueblo, sus progresos, cultura, educación, arte, y su sociedad, política y economía. Aprovechaba esta definición para recordar que, con mucha frecuencia, cuando se hablaba de las viejas civilizaciones nos fijábamos solamente en caracteres externos, como los monumentos, dejando de lado otros aspectos fundamentales, como la situación social y política en que florecieron.
Pero el problema es que ese desconocimiento o conocimiento parcial no solamente se daba con las civilizaciones pasadas, sino también con las más recientes, con la propia civilización occidental. Por eso, pensaba que un socialista debía forjar su opinión de forma fundada sobre las civilizaciones, es decir, ir más allá de su aspecto, digamos, exterior. Los socialistas, en el estudio de una civilización, debían fijarse más en las condiciones de vida, morales, espirituales, sociales y políticas de la misma. Así, por ejemplo, opinaba que, si en un país había un gran desarrollo científico, pero la gente se moría de hambre o vivía bajo un estado social y político infame no se podía decir que fuera civilizado. En cambio, si en otro país no había muchos sabios, pero era un modelo de gobierno, sin corrupción, con desarrollo social y bienestar económico, se podía afirmar, sin duda, que era un país civilizado.
Este razonamiento le llevaba a afirmar que cuando se decía que la civilización occidental estaba en peligro (este escrito es de la época de la guerra fría), los socialistas se preguntaban qué tipo de civilización estaba peligrando: ¿la de los monumentos, la de los descubrimientos científicos, la de progreso industrial, o la civilización de los progresos sociales, económicos y políticos, o la de los adelantos en el campo del espíritu y del sentimiento humanitario?
Intuía que cuando ciertas clases de gente gritaban que la civilización estaba en peligro y solamente ellos se espantaban habría que pensar que la que se encontraba en peligro era su civilización, que nada tendría en común con la que el señalaba como Civilización en mayúsculas.
Y esto ocurría, por ejemplo, cuando Franco hablaba de que la civilización occidental peligraba. Pero todo el mundo medianamente inquieto sabía que no se refería al arte, a la ciencia, a los progresos sociales, a la libertad, pilar de la verdadera civilización. El hombre sensato había de suponer que Franco se refería a una civilización identificada con su tiranía, y que, realmente, cuando temía el supuesto peligro de la civilización era porque tenía miedo de que su dictadura peligrase.
Para los socialistas la civilización era sinónimo del derecho a vivir libres, a no sufrir hambre y miseria, a estar al “abrigo de la necesidad”, a disfrutar de la vida sin temor al paro y la crisis económica, a la alegría y la felicidad.
En fin, la civilización sería un orden social justo, con una distribución racional de la riqueza, el bienestar económico y el cese de la explotación. Estas reflexiones de 1951 parece que pueden tener una lectura actual en relación con el remozado patriotismo de nuestras derechas y con su miedo a que España desaparezca por los manejos supuestos de la izquierda con los nacionalistas sin Estado de este país. Nos recuerdan también las terribles declaraciones de los sectores más integristas de la Iglesia católica contra la subversión de la moral en nuestra sociedad, y los supuestos ataques a la familia con el aborto, el divorcio, el matrimonio entre personas del mismo sexo, etc. Seguramente, Peydro hoy tendría que adaptar muy poquito su artículo de 1951. Ayer como hoy hay sectores que piensan que la civilización o España es eso, símbolos, golpes de pecho, agitación de banderas, exhortaciones de amor patrio, y la defensa de una moral antigua y rancia, mientras que otros sectores están más interesados en una civilización y en una España con progreso social, libertades, bienestar económico, sin miseria ni hambre. Siempre es una cuestión de elección. Este servidor eligió ya hace mucho.
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