El modelo socialdemócrata sueco para el socialismo español

Historia

“¿Lograrán hacer la revolución…sin revolución?

 

La experiencia socialdemócrata nórdica y el avance laborista británico en los años veinte se convirtieron para el socialismo español en dos ejemplos a conocer como alternativas democráticas al modelo de los soviets, justo después del intenso debate que el PSOE había vivido desde 1919 hasta 1921 sobre las 21 condiciones de la Tercera Internacional, y su definitivo rechazo a las mismas. Lo que estaba ocurriendo en el norte de Europa y en las Islas Británicas con el indiscutible avance socialista y/o laborista podía ser el camino a seguir. El Socialista dedicó una intensa y extensa atención en sus páginas en aquella década para dar a conocer lo que ocurría en estas partes de Europa, recogiendo además testimonios y opiniones propias y extranjeras.

En este caso, en noviembre de 1921 el periódico se fijó en la conquista del poder socialdemócrata en un artículo de análisis con el significativo título de “Los socialistas, dueños del poder antes de haberlo conquistado”. Más lo era el subtítulo del primer apartado del artículo: “¿Lograrán hacer la revolución…sin revolución? Y la cuestión se planteaba a partir de las reflexiones no de un socialista sueco sino de uno francés, Léon Blum, que en el Congreso del Partido Socialista Francés se había referido al problema de la participación ministerial, una cuestión que, como bien sabemos, generó debate intenso en la Segunda Internacional en el cambio de siglo. Blum, fiel en parte a la posición internacionalista del pasado, afirmaba que los socialistas no podían entrar en un Gobierno con dos o tres miembros para ser prisioneros de la burguesía, pero se preguntaba que pasaría cuando el Partido obtuviera la mayoría en el Parlamento: ¿se negará a ocupar el poder, siquiera no le haya aun conquistado y no gobierne por su propia cuenta? Este dilema no se planteaba aún en Francia, pero sí en Suecia, y la respuesta había sido afirmativa.

A los socialdemócratas suecos les faltaban diez escaños para conseguir la mayoría absoluta en la Cámara, pero habían decidido tomar el poder, es decir, no habían rehusado formar gobierno con Branting al frente, y en un ejecutivo monocolor.

Pues bien, acerca de lo que el periódico español consideraba un interesante experimento el periodista, el diputado y miembro del Comité Ejecutivo del Partido Socialdemócrata sueco, Engberg, había realizado unas declaraciones que eran comentadas.

En primer lugar, se aludía a las elecciones recientes, celebradas ya con sufragio universal sin limitación alguna para hombres y mujeres, y aplicando un sistema proporcional integral. Con el antiguo sistema muchos obreros no podían votar porque, al no estar al corriente del pago de impuestos, perdían su derecho electoral. Así pues, las elecciones habían sido favorables a los socialdemócratas. La “reacción” se había empeñado en dar largas a la ley de ocho horas, al derecho de huelga, a la reducción del servicio militar, y había intentado imponer una rebaja salarial general y un sistema comercial proteccionista defendido por los industriales y los grandes propietarios agrarios. Estos hechos habrían movilizado a los trabajadores, conquistando 106 escaños la izquierda, distribuidos de la siguiente manera: 93 socialdemócratas, 7 comunistas y 6 socialistas de izquierda.

El rey Gustavo V había pedido a los socialdemócratas que formaran gobierno, puesto que el partido era casi tan fuerte como todos los demás grupos parlamentarios juntos. Los socialdemócratas antes de decidirse invitaron al Partido Liberal a compartir el poder por ser el más cercano a sus postulados, desde la base de que el gobierno sería mayoritariamente socialdemócrata y con presidencia también socialista. Era una propuesta para asegurarse una mayoría estable en el legislativo, pero los liberales no aceptaron la invitación. Así pues, los socialdemócratas se plantearon la disyuntiva siguiente: o se rechazaba el poder o se tomaba por completo, y se decidieron por la última de las opciones.

En consecuencia, Branting se puso manos a la obra para formar el gabinete, dirigiéndose a los intelectuales y personajes destacados del movimiento obrero. De ese modo, nombró como ministro de Trabajo a Hermann Linquitz, antiguo obrero de la madera que presidía la Confederación General del Trabajo. Por su parte, Thorsson, un veterano zapatero y popular líder del movimiento obrero de su país había accedido a la cartera de Hacienda. El ministro de la Guerra, Hanisson, había sido mozo de recados en una casa comercial de joven.

En relación con el programa de gobierno los socialdemócratas pensaron en la dificultad de adoptar el suyo propio en un país capitalista con una cámara que lo representaba, es decir, donde no disfrutaban de mayoría absoluta. Por eso se había adoptado un programa de acción inmediata, que nuestro protagonista consideraba no era “específicamente socialista”:

-Lucha contra el paro, ya que se calculaba que había unos 80.000 oreros en esta situación sobre seis millones de trabajadores. El gobierno quería aumentar las consignaciones, pero de momento se emplearían solamente los 15 millones de coronas que tenía anualmente para subvenir los gastos imprevistos.

-Creación de consejos obreros, como organismos de relación permanente entre la patronal y las organizaciones obreras.

-Aumento de las pensiones.

-Reorganización del servicio militar.

-Impuesto sobre el capital.

Engberg opinaba que este programa se podría poner en práctica a pesar de la oposición de las fuerzas contrarias. También pensaba que los comunistas no crearían muchas dificultades. Para pasar este período histórico, el socialdemócrata contaba que los comunistas habían afirmado que era preciso mantener este experimento gubernamental, y que un ejecutivo socialdemócrata era una necesidad histórica. Engberg creía que, aunque podrían mantenerse como espectadores, no era difícil que votaran con ellos. También pensaba que los socialistas de izquierda no crearían muchos problemas. Engberg tenía confianza en que las masas obreras suecas comprenderían la importancia del esfuerzo de evolución pacífica que el Partido Socialdemócrata iba a emprender. Se trataba de un experimento que podría ser magnífico si después de un tiempo diese el resultado de imponer la revolución, pero sin revolución.

Hemos consultado el número 3986 de El Socialista, de 21 de noviembre de 1921.

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