El Manifiesto del SPD ante el fin de la persecución en 1890
El ascenso del socialismo en Alemania fue una de las mayores preocupaciones de Bismarck en política interior, junto con el conflicto con los católicos. El canciller consideraba a los socialistas como los enemigos de la sociedad y del Estado.
Para combatirlos aprobó la Ley de Excepción en 1878, que estuvo en vigor hasta 1890. Esta disposición prohibía la existencia de los partidos obreros y ponía muchas trabas para la existencia de sindicatos. Además, otorgaba autorización a las autoridades para prohibir cualquier actividad pública del movimiento obrero y para perseguir a sus organizadores y a los militantes. El resultado de esta política no fue el deseado porque no impidió que el socialismo alemán siguiera creciendo en el último cuarto de siglo. Otra cuestión muy distinta, y que tiene que ver más con las contradicciones internas, es el fracaso del socialismo a la hora de transformar políticamente el sistema alemán, con unas estructuras que, por su lado tenían elementos que podían favorecer la participación, pero, por otro, eran muy rígidas y autoritarias.
Bismarck entendió que el combate contra la socialdemocracia no podía basarse exclusivamente en la pura represión policial. Si se quería vencer al potente movimiento obrero había que adoptar algún tipo de política social, a través de la intervención del Estado en materias donde antes no había participado. Bismarck promocionó tres grandes reformas legales: la creación del seguro de enfermedad en el año 1883, del seguro de accidentes al año siguiente y, por fin, el de vejez en 1889. En este sentido fue un pionero en Europa occidental. Estos seguros se financiaban con la aportación económica de los obreros, la patronal y el Estado. Estas novedades le causaron algunos problemas políticos al canciller de hierro entre los sectores más conservadores del Reich, que le acusaron de haber creado una especie de “socialismo de Estado”. Pero estas medidas sociales no fueron acompañadas de cambios que mejorasen las durísimas condiciones laborales alemanas, con jornadas interminables. Bismarck nunca tuvo ningún interés en enfrentarse a los empresarios y tampoco accedió a la petición del descanso dominical. Al final, los obreros no se dejaron convencer por la política social emprendida desde el gobierno imperial y recrudecieron la lucha, como lo prueba el auge de las huelgas, destacando las desarrolladas en el año 1889. La huelga de los mineros del Ruhr fue seguida masivamente y duramente reprimida.
La caída de Bismarck, que tuvo mucho que ver con sus enfrentamientos con el nuevo káiser a raíz de las cuestiones sociales, pero también por la falta de confianza de Guillermo hacia el canciller de hierro, trajo consigo el final de la represión a los socialistas alemanes, ya que el Reichstag no renovó la legislación.
En consecuencia, la Socialdemocracia alemana publicó un Manifiesto dirigido a todos los socialistas alemanes anunciando que el día 1 de octubre de 1890 expiraba la ley que los había combatido durante doce años. Se proclamaba el triunfo del Partido, que habría salido reforzado de este combate, algo que, independientemente de la retórica partidaria, parecía una realidad palpable, como hemos comentado. El primer objetivo de los socialdemócratas alemanes era recomponer la organización del Partido. Así pues, se convocaba un Congreso en Halle para el 12 de octubre dedicado a esta cuestión prioritaria. Se animaba al envío de delegados representantes de todos los lugares, pero se quería que la representación fuera homogénea, por lo que los miembros del Partido debían ponerse de acuerdo en cada circunscripción electoral se eligiesen tres representantes, aunque el Congreso tendría la última palabra sobre esta cuestión. La elección de los delegados debía ser realizada en sesión pública. A los delegados elegidos había que otorgarles los poderes oportunos, firmados por la Mesa de la reunión donde se hubiera procedido al nombramiento. Como un hecho histórico se recomendaba que esa elección se produjera el primero de octubre, justo el día en el que terminaban la prohibición y la persecución. Como el Congreso tenía muchas cuestiones que tratar se estimaba que duraría cinco días, por lo que los delegados debían adquirir el compromiso de tomar parte en las tareas del mismo hasta su finalización. El Partido animaba a la participación, terminando con un viva al socialismo.
Los socialistas españoles tan atentos a lo que ocurrió durante la persecución de Bismarck insertaron el Manifiesto en su número del 29 de agosto de 1890 de El Socialista. Como es habitual, siempre que tratamos de historia del socialismo internacional, remitimos al lector a la magna obra dirigida por Jacques Droz sobre la Historia General del Socialismo, que en España editó en los ochenta Destinolibro en el tomo dedicado a la etapa que va desde 1875 hasta la Gran Guerra.