Apocalipsis en España

Política

El discurso apocalíptico de las derechas sobre el gobierno de coalición de las izquierdas no es nuevo en nuestra democracia. Que recordemos, los “magníficos de la Alianza Popular” ya nos avisaron de todos los males que padecería España si ganaban las izquierdas o hasta la propia UCD. La legalización del PCE iba a conducir a España, de nuevo, a la guerra, o a que los españoles perdieran sus depósitos bancarios, sus pisos, o lo que tuvieran. El causante de la legalización, por lo demás, pasó a ser considerado un traidor por parte de la más extrema derecha.

Después, ante la arrolladora campaña de 1982, la derecha volvió a avisarnos de los males que llegarían con los herederos de Largo Caballero y Negrín. Posteriormente, Fraga, un exitoso político para llevar a la derecha al nuevo sistema político, pero completamente imposibilitado para que ganara elecciones generales porque el pasado pasa factura, nos relató pormenorizadamente en el Congreso, en los medios de comunicación y mítines los males que acechaban a España con los socialistas, en la década de los ochenta.

Posteriormente, Aznar modernizó un poco este discurso, con menos apocalipsis verborreico, pero con más virulencia real contra la izquierda. Parecía que esto se había acabado gracias a un talante más amable de la derecha de Rajoy, pero ahora, después de la crisis de la derecha, que habría provocado que se abrieran las puertas a una extrema derecha desatada, antes contenida, y surgiera una nueva generación de la derecha clásica, educada por la de Aznar, superando la supuesta “blandenguería” de Rajoy y, por fin, sazonada por la extrema falta de educación de algunos líderes naranjas, se ha vuelto abrir la puerta de los cuatro jinetes del Apocalipsis. En esta tarea de sembrar apocalipsis se cuenta con la inestimable ayuda de un periodismo de una intensa y extensa agresividad.

Todo esto no es obstáculo para que sepamos que no todos los miembros de la derecha comparten este discurso y sus modos anexos. Algunos callan, otros presionan entre bambalinas o esperan la caída de su principal líder, mientras que algunos se van cansado del cainismo y se van a la vida privada.

Las derechas actuales consideran, en la actualidad, dos peligros básicos para España:

-La supuesta felonía y traición socialista por los acuerdos, pactos o conversaciones con los nacionalismos independentistas, catalán, pero vasco también, aunque las derechas pacten con los mismos en multitud de ocasiones del pasado y hasta del presente. En este razonamiento se considera que los socialistas, ávidos de poder, pactarían a cualquier precio, sin preocuparles si rompen España para alcanzar su objetivo. Los socialistas ya no eran como los de la época de Felipe González, y de los barones clásicos, ahora ensalzados por su supuesto “patriotismo”, aunque ayer habrían sido considerados los responsables de los males de antaño. Los socialistas de ahora serían capaces de todo, capitaneados por un líder ambicioso que, bajo un talante a lo Zapatero, escondería el espíritu de todos los traidores a España desde los tiempos medievales. Frente a estas traiciones nada como abrazar el fundamentalismo constitucional, eso sí solamente en los aspectos territoriales, pero no tanto en los relacionados con la igualdad, por ejemplo.

-Los socialistas, en su apetito por el poder, habrían pactado con los denominados bolivarianos. Antes, después o mientras se destruye España, los ciudadanos y ciudadanas padeceremos las penurias “venezolanas” con despilfarros de gasto social innecesario, renovadas presiones fiscales, etc… Si los pactos con los nacionalistas estarían rompiendo España estos otros serían peligrosos porque atacarían, supuestamente, los pilares de la economía de libre mercado para ahogarnos en el déficit en favor de los que nunca hacen nada para salir adelante con la cantidad de oportunidades que hay para todos y todas.

Total, rotos y pobres, por lo que habría que hacer todo lo posible por acabar con esta coalición por España, o por lo que la derecha considera España que, a fin de cuentas, es la única que cuenta en su monopolizadora visión de la misma. En esa competición por demostrar más españolidad que el vecino de al lado no hace falta saber quién parte como favorito, ya que para eso se lleva en el pedigree la defensa incuestionable de la unidad de la patria.

Y luego hay otra España, esa que vive preocupada por este discurso, pero, sobre todo, por las pensiones, por la reforma laboral, por la “ley mordaza”, por la educación, por la privatización de la sanidad en algunos lugares, por un empleo de baja calidad, por los salarios, por el incuestionable aumento de la desigualdad desde la crisis, por el precio de alquileres y pisos en propiedad, por el cambio climático y por los negacionistas del mismo, por la violencia de género, y la renovada homofobia, total, por cuestiones bastante baladíes y hasta frívolas.

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