¿República? Sí, pero…
En el aniversario de la proclamación de la Segunda República, en medio de la crisis brutal del coronavirus, y de la también crisis de la Corona española pretendemos hacer una reflexión sobre la República, partiendo de la pregunta: ¿sería conveniente, en el marco de un proceso constituyente, que España inaugurara la Tercera República?
En primer lugar, la Monarquía española vive una de sus periódicas crisis desde los inicios de nuestra Historia contemporánea, o constitucional. Entre 1866 y 1868 el sistema isabelino hizo aguas entre corrupción, arbitrariedad, persecuciones y represiones, crisis económica, y agotamiento de un modelo liberal harto conservador. El edificio se derrumbó con la Revolución de septiembre de 1868. La “Gloriosa” abriría un período en el que se sucedieron dos modelos políticos consecutivos, que terminaron por fracasar, una Monarquía democrática con rey extranjero, y la Primera República. La siguiente crisis de la Monarquía llegaría con el reinado de Alfonso XIII y la imposibilidad de transformar un sistema liberal en otro plenamente democrático por un conjunto de causas políticas, económicas, sociales y hasta del ámbito internacional, ya que estaríamos en el complejo período de irrupción de las masas en la política en Europa. El modelo canovista vivió una primera crisis en el 98, luego en 1909, otra triple en 1917, y se finiquitó definitivamente con la solución autoritaria de Primo de Rivera. La oligarquía no deseaba que se democratizara el país, que se emprendieran profundas reformas no sólo políticas, sino también socioeconómicas a través de la redistribución de la riqueza, mientras crecía la presión del movimiento obrero, del nacionalismo catalán y del republicanismo. Al final, el compromiso de Alfonso XIII con un sistema que había terminado con el constitucionalismo le llevó al exilio.
La crisis actual de la Monarquía se enmarca más que en el origen franquista de si misma, aunque luego “legalizada” en la Constitución de 1978, en que se ha visto inmersa en el fenómeno de la corrupción que ha asolado a este país en los últimos decenios. El prestigio alcanzado en la Transición, aunque magnificado y hasta mitificado hasta el hartazgo, provocó el establecimiento de un tabú político en España, inédito, si lo comparamos con la anterior época monárquica o con otras cuestiones políticas. El rey y la Corona fueron casi sagrados en un acuerdo tácito entre las fuerzas políticas principales y los medios de comunicación. Cuando este tabú se terminó en la vorágine de otra época de periodismo y de irrupción de las redes sociales, se derrumbó el mito, como pasa siempre, tarde o temprano, cuando se tiende a estas construcciones casi “mágicas”.
Todo esto ha provocado el enfado de muchos españoles, y no sólo del ámbito de la izquierda, y que se ha visto disparado por la crisis que se vive en la actualidad, y por las últimas noticias que afectan a la Corona. El sentimiento antimonárquico está creciendo, y se nota en la opinión pública, en las redes, en las conversaciones, en la vida misma.
Pero abrir el debate sobre la Monarquía requiere serenidad, evaluar los pros y los contra, como todo en política, conocer referentes históricos propios y ajenos, y no caer en el peligro de la mitificación, pero esta vez de lo que significa una República, como tampoco denostarla porque sí, aunque aquí nos atañe más el primer problema.
Efectivamente, una República en sí no es la panacea de los problemas, aunque parte de un hecho incontestable, su fundamento es racional, y en un país democrático (aquí no nos importan las dictaduras del proletariado, ni las repúblicas en dictaduras de otro signo político) tiene su origen, en última instancia, en la soberanía popular, ya sea directamente como en las repúblicas presidencialistas, ya en las que no lo son, a través de los representantes políticos.
Pero conviene señalar, y aquí nos interesa regresar a la Historia para rescatar las ideas socialistas sobre la República, especialmente cuando Pablo Iglesias y otros socialistas disputaban con los republicanos. Los socialistas dejaron muy claro que no deseaban la República de los defensores de la misma en tiempos de la Restauración y la Monarquía de Alfonso XIII, ya que consideraban a aquella como una forma más, aunque, quizás más “progresiva” en lenguaje de la época, de dominio “burgués”. Recelaron constantemente del republicanismo hasta que la hecatombe política que supuso la Semana Trágica y la represión de Maura, además de encontrarse en un contexto internacional más favorable al entendimiento de los socialistas europeos con las fuerzas progresistas, obligaron al acercamiento, pero siempre con mucho resquemor hacia las fuerzas republicanas que, además, tenían la inveterada manía de estar desunidas y en conflicto cuasi permanente. Así nació la Conjunción Republicano-Socialista, luego renovada en el proceso previo a la Segunda República, pero con una parte del PSOE siempre muy recelosa hacia estos pactos. Al final, las circunstancias históricas internas españolas y externas europeas llevaron al Partido a una creciente radicalización, y luego a un nuevo acercamiento a través de la fórmula del Frente Popular, fruto, de nuevo, de causas internas españolas e internacionales. Pero, aquí nos preocupa volver a lo que decíamos al principio de este párrafo, a cómo los socialistas, y las pruebas son constantes en su periódico oficial, no mitificaron nunca la República publicando noticias y emitiendo análisis sobre si realmente la clase obrera vivía mejor en la Tercera República francesa, en Estados Unidos, o en el Reino Unido monárquico, es decir, que si por el hecho de contar con una República los trabajadores conseguían más derechos laborales y mejores salarios.
Así pues, y teniendo cuidado con los ejercicios de comparación con el pasado, hay alguna lección histórica que procede del socialismo español de hace cien años. Si aquellos socialistas no vivían obsesionados con el tipo de régimen político, preocupados, realmente, por la clase trabajadora, nosotros ahora tampoco mitificamos la República como sistema político per se. Si los socialistas querían una República, no la deseaban “burguesa”. Nosotros, por nuestra parte, en el momento presente, defendemos una República, pero, quizás más de trabajadores, como explicó Araquistain en el debate constitucional de 1931. Queremos una República con alto contenido social, no como un mero cambio institucional en la jefatura del Estado.
Así pues, República sí, pero con mucho más detrás, con la recuperación de un Estado del Bienestar, machacado por la combinación de años de recortes y por la crisis, con una profundización en la distribución de la riqueza para revertir una realidad de creciente desigualdad. Si no es así, casi da igual el régimen que tengamos.
Artículos relacionados
- Los problemas demográficos en la España del siglo XVII
- Condecoraciones versus igualdad democrática en la Primera República
- Los socialistas y la restitución de sus bienes en el tardofranquismo
- Los derechos sociales en el constitucionalismo
- La represión de los militares leales a la República en una noticia de 1973