“Los hombres de convicciones arraigadas anteponen su despecho personal al interés del partido”

Política

La frase que encabeza este artículo no es de un servidor, sino del destacado y fundamental socialista asturiano Teodomiro Menéndez, pronunciada en una conferencia que impartió en el mes de julio de 1930 en Mieres. Al ser este un artículo de opinión nos interesa menos la circunstancia histórica de esta cita y la utilizamos porque creemos que tiene un valor atemporal, y creemos también que viene al caso sobre lo que hemos visto en los últimos tiempos en relación con algunos personajes en relación con el presidente del Gobierno, y que, a la sazón, también es secretario general del PSOE, frente a otros que se han arremangado para apoyar la causa del socialismo español en unas elecciones harto importantes, habida cuenta del poder alcanzado por la extrema derecha en las instituciones.

 

El compromiso político es un ejercicio difícil o complicado. En algunos momentos es casi nuestra prioridad en la vida, frente a otros en los que pasa a lugares secundarios. En ocasiones, se acelera por distintas razones, ya sea por una plena coincidencia con los responsables en un momento determinado del partido al que perteneces, ya sea porque el contrincante político enfada o te preocupa mucho tanto si está en el poder como en la oposición. Otras veces al no sentirte tan identificado con la línea política vigente te quedas más en casa, con menos presencia en lo público y en las redes. Eso es normal, y hasta muy sano, porque demostraría dos cosas. En primer lugar, que tú tienes criterio propio y no aceptas todo porque sí, y, en segundo lugar, demuestra que tu formación política es diversa, como lo es la sociedad española, afortunadamente.

Pero el compromiso político exige lealtad. Cuando no te identificas con la línea política de la dirección de tu partido, luchas y peleas en el interior de la misma por otra línea, o te quedas en casa observando y pensando. La lealtad es incompatible con acudir a medios de comunicación, y más de signo ideológico completamente contrario al de tu formación política para criticar la dirección de tu partido, para manifestar tu profundo desagrado, y más en tiempo electoral, por mucho que al final digas que cogerás la papeleta de tu partido en la jornada electoral. La lealtad es incompatible con usar las redes o esos medios, o estar en actos y manifestar otras alternativas distintas a las que, legítimamente, tu partido ha aprobado en los órganos correspondientes, por mucho que no te gusten, cuando se está en tiempo electoral. Tus palabras y actos no pueden ser interpretados, con evidente interés, por los contrincantes políticos, y más en este país donde tus contrincantes políticos están dispuestos a todo. La lealtad exige ser responsable, sereno y entender la cambiante realidad política de tu país. La lealtad no significa “comulgar con ruedas de molino”, aceptar todo y aplaudir en una suerte de unanimidad falsa, o a la “búlgara”. La lealtad es con tu formación, con las ideas, y más en un país y en unas circunstancias en las que pueden cambiar muchas cuestiones como las relativas a los derechos, es decir, con los fundamentos de la convivencia.

La lealtad es morderse la lengua, es calmarse y es contribuir, con grandeza de miras, al esfuerzo colectivo de tu partido en la medida de tus posibilidades, y si eso supone demasiado sacrificio, quedarse en casa. La lealtad no es seguidismo, no es aplauso áulico, la lealtad no es matar la crítica, la lealtad es una virtud vinculada con la grandeza, y más cuando se está en desacuerdo.

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