Daisy Miller
En la juventud nunca sentimos la necesidad de profundizar en Henry James, seguramente porque no parecía interesarnos mucho sus temas, su descripción y análisis crítico del mundo norteamericano de clase alta en la Europa de fines del siglo XIX y principios del XX. Pero, como en tantas otras cuestiones de gustos e intereses culturales y artísticos la madurez está corrigiendo los juicios imprudentes de los años mozos. En vista de que ya nos ha pasado con otros escritores y pintores este verano comenzamos a adentrarnos en el autor norteamericano-británico, y de la mano de su novela corta, Daisy Miller, publicada en 1878. Y nos hemos dado cuenta de que lo que allí nos cuenta el gran cosmopolita que fue Henry James, nos interesa, y mucho.
La historia de la jovencita Miller, entre Vevey (Suiza) y Roma, contada por Winterbourne, el otro protagonista, es la historia de dos cuestiones, bien entrelazadas.
Daisy Miller es la víctima de los prejuicios sociales de la colonia estadounidense en la Europa del último tercio del siglo XIX, un asunto que Henry James conocía perfectamente. Esa colonia estaba formada por los nuevos millonarios del capitalismo triunfante norteamericano, que consideraban los viajes y estancias prolongadas en la vieja Europa como un signo de distinción, una especie de medicina para borrar orígenes que no eran, precisamente, aristocráticos. Por eso, la frescura, la espontaneidad, la libertad en las relaciones, el no estar sujeto a reglas estrictas de etiqueta de donde se procedía, y que, en cierta medida, se conservaban en los Estados Unidos, se trastocaban en un comportamiento encorsetado, en la falta de sinceridad, y en el triunfo de las convenciones, como una forma de borrar orígenes humildes y para poder relacionarse con la alta sociedad del Viejo Continente. Por eso Daisy Miller, con su coquetería y su espíritu libre, concita la inquina de la colonia norteamericana en Roma, representada por la señora Walker, y antes en Suiza por la tía de Winterbourne. Daisy Miller coqueteaba en los salones y paseos, y se relacionaba con un personaje italiano, Giovanelli, dando que hablar y mucho. Pero Daisy se negó a doblegarse, tanto por su juventud como por propia convicción. Y en el preámbulo de su muerte dejó recado a Winterbourne en el que confesaba que nunca había estado comprometida con el italiano.
Precisamente, esa confesión en el último instante nos traería el otro tema de la novela, corta, pero bien intensa, donde nada es superfluo ni sobra. Esa confesión nos muestra más del destinatario de la misma que de quien la hizo, porque confirma la falta de valor, las dudas y reflexiones, que han ido apareciendo y creciendo en la novela, del joven norteamericano que, enamorado siempre de Daisy, nunca se atrevió a dar el paso, siendo víctima el mismo de esas convenciones por su miedo. Pero ya es imposible corregir el error cometido.