Los Estados del siglo XIX generaron un conjunto de medios para vertebrar el territorio y la sociedad, con el fin de generar una conciencia nacional homogénea frente a las diversidades internas, con mayor o menor éxito, en función de su poder y de las resistencias de algunos territorios. Francia podría ponerse como ejemplo acabado en Europa occidental frente a otros países, como Italia o España donde el Estado, por sus carencias económicas, fue más débil, además de la pujanza, en el caso español, del territorio catalán que, al final de siglo, comenzó a cuestionar con fuerza la centralización y la homogeneización, construyendo un nacionalismo distinto en busca de su articulación política, sin olvidar el caso del nacionalismo vasco.