En Italia, a la altura de 1830, los carbonarios, a los que hemos estudiado en El Obrero, seguían con fuerza en Italia, y entre liberalismo y nacionalismo se emprendió un impulso tanto contra el poder austriaco, que pesaba, especialmente en el norte, y contra el papado. En estos movimientos se consiguió expulsar a los soberanos de Parma y Módena, obligando a una nueva intervención austriaca para reponerlos, al arrogarse, en cierta medida, la tutela de Italia, y restaurar el absolutismo. En todo caso, el nacionalismo italiano, aunque vencido no estaba muerto y empezaron a perfilarse proyectos para el futuro. El Romanticismo, fiel aliado del nacionalismo, tuvo en Italia destacados representantes. Los escritores se dedicaron a ensalzar la idea de la patria italiana. En este sentido, es importante nombrar al poeta Leopardi y al novelista Manzoni. Por su parte, el sentimiento antiaustriaco encuentra en Mis prisiones de Silvio Pellico su máxima expresión. El autor relataba su propia experiencia al ser encarcelado por los austriacos por su lucha como carbonario. La obra fue muy popular, y algunos consideran que fue fundamental en el combate moral contra uno de los principales enemigos de la unificación.