Las tentaciones autoritarias
Una de las pervivencias del franquismo tiene que ver con las tentaciones autoritarias que determinados personajes públicos y no tan públicos tienen en la vida social, económica y política de nuestro país. Tantos años de ejercicio autoritario del poder, de propaganda y de maniqueísmo han impregnado hasta la médula muchas conciencias y hábitos personales y sociales. Todavía hay ciertas ideas que flotan sobre que los problemas o ciertas situaciones se resuelven con "mano dura", y aún se oyen expresiones como "eso lo arreglaba yo con un par de bofetadas o metiéndoles en la cárcel a cadena perpetua o restaurando la pena de muerte", aplicadas a situaciones de lo más variopinto. Hay personas que piensan que la máxima eficacia está en que uno o unos tomen decisiones y los demás obedezcan, cuando no se dan cuenta, o no se quieren dar cuenta que las decisiones tomadas después de un buen debate de ideas, una votación democrática, o por consenso, o por amplias mayorías suelen ser más efectivas, sin negar que hay que respetar autoridades y ciertas jerarquías en el sistema político democrático, las empresas, asociaciones y grupos. La empatía, el diálogo, la confrontación de ideas y el respeto al contrincante político o en otros ámbitos no abundan mucho, y menos en tiempos de crisis. Es la tentación autoritaria frente a la legítima autoridad de un sistema democrático de convivencia donde, además, debe imperar la autoridad moral y un moderado ejercicio del monopolio de la fuerza.
Una dictadura no enseña a dialogar, educa para obedecer, servir, acatar y callar. No caben discusiones ni matices, ni se cuestionan las decisiones del jefe, del superior, del líder, de la organización. Funciona la jerarquía, el orden cerrado, no los consensos ganados democráticamente, ni los debates, ni las aportaciones diversas. Hay una cierta tendencia a criticar a los partidos o asociaciones que tienen corrientes internas distintas. La pluralidad, un valor en sí mismo, es repudiada como signo de debilidad. Tanto en la izquierda como en la derecha ha habido y hay ejemplos de lo que decimos sobre el odio que suscitan las posturas más o menos libres, confundiendo la necesaria coherencia cuando se pertenece a una organización política o de otro signo, con el acatamiento puro y duro, sin discusiones. Hay líderes políticos que consideran que el electorado quiere partidos uniformes, sin divergencias internas. Afortunadamente, la realidad es tozuda y nos demuestra que la uniformidad no existe. Tampoco gusta nada que se negocie para formar gobiernos de coalición, algo que hasta hace muy poco no se había dado en nuestra democracia, algo tan común en gran parte de Europa occidental. Los gobiernos deben ser monocolores. ¿Por qué?
La anterior administración popular se dedicó a aprobar una preocupante batería de leyes y medidas contra algunos derechos y libertades ganados con un inmenso esfuerzo, y por qué no decirlo, con sangre, y que quedaron reconocidos y garantizados en la Constitución. ¿No estuvimos ante un retroceso en relación con el derecho de manifestación en este país?, ¿no hubo un ataque frontal hacia uno de los pilares democráticos como son los sindicatos, independientemente de sus crisis y problemas internos?, ¿no se vulneraron casi todos los derechos de los inmigrantes sin papeles por el hecho de que no los tenían y, por lo tanto, no podían ser considerados como ciudadanos ni ciudadanas?, ¿no se restringieron derechos labores?, ¿fue y es justo imponer una determinada moral a todas las mujeres españolas?
Algunos de estos aspectos han sido revertidos posteriormente con los gobiernos de izquierda, pero no todos, como el caso de la conocida como “ley mordaza”, y que debe ser abolida ya. En fin, ¿no estamos ante un nuevo resurgir, mucho más preocupante, de las tentaciones autoritarias de la derecha de la mano de la que es la más extrema, y que se nos ha colado en parlamentos y gobiernos? La tentación autoritaria siempre sigue ahí, agazapada, y surge en un discurso, en un mitin, en las redes, y hasta en la cola de la compra.