Bélgica en la encrucijada (1830-1831)

Historia

La Historia contemporánea de Bélgica comienza en 1830 en un proceso revolucionario que combinaría rasgos nacionalistas con liberales. En este artículo pretendemos ofrecer algunas claves, al respecto.

 

Bélgica había sido unida a Holanda en un nuevo Estado a pesar de sus múltiples diferencias culturales, religiosas y económicas, dentro del sistema diseñado en la época de la Restauración, en el Congreso de Viena. Los belgas, a pesar de contar con el mismo peso en el legislativo, aunque no en el ejecutivo, se consideraban sometidos a los holandeses.

El 25 de agosto de 1830 estalló la Revolución en Bruselas, inspirándose los revolucionarios en el ejemplo parisino. La burguesía, temerosa de los disturbios, constituyó milicias urbanas en las ciudades, que consiguieron tomar el control de las mismas. Se encargó a una comisión que se dirigiera al rey Guillermo I para que se discutiesen las demandas belgas en los Estados Generales y se destituyese al ministro de Justicia, Van Maanen. Aún no se hablaba de independencia, en todo caso de autonomía.

Pero las decisiones de Guillermo precipitaron la independencia. Si por un lado enviaba a uno de sus hijos -el futuro Guillermo II- a negociar, organizaba un ejército, al mando de otro de sus hijos, lo que se interpretó como que el monarca lo que, realmente, buscaba era reprimir. En ese sentido, en Bruselas el príncipe Guillermo ya escuchó la demanda de independencia.

El ejército entró en Bruselas, provocando la ira popular en las conocidas como Jornadas de Septiembre. Después de unos días de combate las tropas se retiraron. Al final de dicho mes el Comité formado de los dignatarios belgas se convirtió en Gobierno Provisional, y el 4 de octubre se proclamó la independencia de Bélgica.

Las potencias de la Restauración se alarmaron, especialmente Rusia. Por su parte, la Francia revolucionaria apoyaba a los belgas, y Gran Bretaña decidió no intervenir porque, aunque había aceptado en su día la creación del Reino de los Países Bajos, temía el poder comercial holandés y vio una oportunidad en la Revolución belga para que se debilitara. En todo caso, se reunió una Conferencia internacional en Londres para tratar el asunto, que terminó por reconocer la independencia belga, pero con condiciones. El nuevo Estado debía ser neutral, no incluir en su seno Luxemburgo ni Limburgo, territorios que vieron confirmadas sus separaciones de Bélgica, posteriormente, en el año 1839, además de comprometerse a pagar una parte de la deuda de los Países Bajos.

En Bruselas, un Congreso constituyente, elegido el 3 de noviembre, aunque por sufragio censitario, decidió otorgar el trono a Leopoldo de Sajonia-Coburgo, aunque no fue la primera opción en la que se pensó (se había pensado en el hijo del nuevo monarca francés, pero no aceptó por razones diplomáticas). En un lapso de tiempo muy corto ya había dos monarcas europeos elegidos por cámaras legislativas, un cambio que estaba resquebrajando el modelo de monarquía absoluta, impuesto por la Restauración.

La Constitución de 1831 fue un ejercicio de eclecticismo liberal, recogiendo parte de la tradición constitucional francesa, así como de la holandesa. Se estableció una clara separación de poderes, así como una avanzada declaración de derechos. Aunque el rey encabezaba el ejecutivo con su Gobierno veía muy restringidos sus poderes, ya que sus disposiciones tenían que estar firmadas por un ministro. El Gobierno, por su parte, era responsable ante un legislativo bicameral y se garantizó la independencia del poder judicial. El sufragio, eso sí, sería claramente censitario, ya que solamente podía votar el 2% de los belgas, pero, en todo caso, hasta la reforma británica de 1832, era de los más avanzados en Europa.

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