El mutualismo belga contra la tuberculosis en los años veinte

Historia

En distintos trabajos publicados en El Obrero hemos estudiado la preocupación del movimiento obrero español por la salud, vinculándola, precisamente a los problemas sociales (el caso de la tuberculosis era paradigmático), exigiendo, por lo tanto, la intervención del Estado, además de plantear alternativas, entre las que se encontraba la formación de mutualidades obreras.

 

En esta pieza vamos a reseñar el caso belga a través de la Caja contra la Tuberculosis de la Unión Nacional de Mutualidades Socialistas de aquel país.

La Caja fue creada gracias al esfuerzo de varios mutualistas belgas, destacando entre ellos, la figura de Arthur Janiux, autor del libro L’Evolution et les conquêtes de la Mutualité, en el año 1922. A la altura del verano de 1926 ya contaba con medio millón de afiliados.

En 1923 la Casa de los Mutualistas belgas compró la propiedad conocida como “dominio de Tribomont” con el fin de que sirviera de lugar de vacaciones de sus asociados y también de “preventorio” de los mutualistas de la Caja contra la Tuberculosis. Se podían admitir 60 niños y 25 adultos.

La Caja tenía como principal objetivo la lucha contra la tuberculosis de una forma eficaz y racional, creando, al efecto, un servicio permanente de atención (tratamiento) de enfermos y sospechosos de padecer la enfermedad, con médicos especialistas, además de ejercer una labor pedagógica con el mutualista y su familia en materia de profilaxis de la tuberculosis. La atención pasaba, además, por la estancia en preventorios y la hospitalización de los enfermos, salvaguardando la salud de sus allegados.

Pero, además, la Caja no solamente desarrollaba una labor sanitaria y asistencial, sino también social. Creó indemnizaciones para que el mutualista pudiera cambiar de oficio con el fin de evitar o curar la enfermedad, para la cura en sí y para la cura de sobrealimentación en el domicilio, además de para ayudar a las familias. Los ingresos para sostener estos gastos procedían de las Federaciones obreras adheridas, aportando 30 céntimos trimestrales por cada afiliado efectivo. En caso de afiliación del trabajador más su familia, la cuota ascendía a 75 céntimos.

Hemos trabajado con el número 5465 de El Socialista, del día 10 de agosto de 1926.

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