Una de las pervivencias del franquismo tiene que ver con las tentaciones autoritarias que determinados personajes públicos y no tan públicos tienen en la vida social, económica y política de nuestro país. Tantos años de ejercicio autoritario del poder, de propaganda y de maniqueísmo han impregnado hasta la médula muchas conciencias y hábitos personales y sociales. Todavía hay ciertas ideas que flotan sobre que los problemas o ciertas situaciones se resuelven con "mano dura", y aún se oyen expresiones como "eso lo arreglaba yo con un par de bofetadas o metiéndoles en la cárcel a cadena perpetua o restaurando la pena de muerte", aplicadas a situaciones de lo más variopinto. Hay personas que piensan que la máxima eficacia está en que uno o unos tomen decisiones y los demás obedezcan, cuando no se dan cuenta, o no se quieren dar cuenta que las decisiones tomadas después de un buen debate de ideas, una votación democrática, o por consenso, o por amplias mayorías suelen ser más efectivas, sin negar que hay que respetar autoridades y ciertas jerarquías en el sistema político democrático, las empresas, asociaciones y grupos. La empatía, el diálogo, la confrontación de ideas y el respeto al contrincante político o en otros ámbitos no abundan mucho, y menos en tiempos de crisis. Es la tentación autoritaria frente a la legítima autoridad de un sistema democrático de convivencia donde, además, debe imperar la autoridad moral y un moderado ejercicio del monopolio de la fuerza.