Teorías políticas en la época moderna

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La primera gran elaboración del absolutismo se debe a Bodin, que escribió los Seis Libros de la República, en el año 1576. El poder absoluto debía ser ejercido por el monarca sin que los súbditos pudieran ponerle límites. Bodin definía la soberanía, es decir, el poder de elaborar leyes, como indivisible e inalienable, y correspondía al rey. Además, este príncipe era el juez supremo. Estaríamos hablando de una unión de poderes en su figura. En todo caso, Bodin no consideraba el monarca como un tirano, ya que habría leyes divinas y naturales que limitaban su poder, además de que debía ejercerlo siguiendo determinados principios de equidad y de justicia.

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La historia de la división de poderes

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La división de poderes es un principio de organización política que se basa en que las distintas tareas asignadas a la autoridad pública están repartidas en órganos distintos y separados. Los tres poderes básicos de un sistema político serían el legislativo, el ejecutivo y el judicial. Ya Aristóteles atisbó esta división, pero fueron Locke y, sobre todo, Montesquieu quienes plantearon esta clásica división. El poder y las decisiones no debían concentrarse para evitar la tiranía.

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Las bases de la tolerancia en la Edad Moderna. Segunda Parte

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Concebir la tolerancia como respeto a la libertad de conciencia es un hecho capital en la Historia. En este sentido, es fundamental la figura de Locke que en 1689 publicó su Carta de la Tolerancia. En este texto aparece el concepto de contrato entre los ciudadanos y el Estado, fundamento legitimador del poder y en el plano civil, no en el religioso. Tanto el Estado como las Iglesias serían instituciones o entidades de libre asociación. La tolerancia civil era la premisa fundamental para el respeto de todas las creencias, de la libertad de conciencia. Así pues, la ortodoxia dejaba paso a la tolerancia y, además, se planteaba claramente la separación de la Iglesia y el Estado. Era factible la diversidad de creencias y siempre en plano de igualdad. En consecuencia, no se toleraría a quien no permitiese esa libertad. Ese fue el argumento que empleó para no tolerar a los católicos porque eran considerados dogmáticos e intolerantes. Pero tampoco toleraba a los ateos porque prescindir de Dios tenía un carácter disolvente, sumamente peligroso. Estos dos casos, a pesar de la lógica del razonamiento, mostraban que la tolerancia defendida presentaba algunos límites evidentes. Pero esta obra es, sin lugar a dudas, fundamental para entender los sistemas liberales y democráticos futuros.

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