Teorías políticas en la época moderna

Historia

La primera gran elaboración del absolutismo se debe a Bodin, que escribió los Seis Libros de la República, en el año 1576. El poder absoluto debía ser ejercido por el monarca sin que los súbditos pudieran ponerle límites. Bodin definía la soberanía, es decir, el poder de elaborar leyes, como indivisible e inalienable, y correspondía al rey. Además, este príncipe era el juez supremo. Estaríamos hablando de una unión de poderes en su figura. En todo caso, Bodin no consideraba el monarca como un tirano, ya que habría leyes divinas y naturales que limitaban su poder, además de que debía ejercerlo siguiendo determinados principios de equidad y de justicia.

 

La siguiente teoría sobre el absolutismo tiene que ver con el derecho divino, y es la que tuvo más éxito entre los monarcas absolutos. En esta concepción destacó el rey Jacobo I en Inglaterra, que consideraba al soberano como representante de Dios en la tierra, el imago Dei, que sólo debía responder ante Dios. Bossuet en Francia, decenios después, en su Política deducida de las propias Sagradas Escrituras, defendía que Dios establecía a los reyes como ministros suyos, y reinaba por medio de ellos en los pueblos. Los príncipes eran sus lugartenientes en la tierra. El trono real no sería el trono de los hombres sino del mismo Dios. Se ponía, como ejemplo, que Dios había elegido a su hijo Salomón para colocarlo en su trono.

El último teórico del absolutismo fue Hobbes, pero sus ideas estaban muy alejadas de la apelación al derecho divino o a la tradición. Hobbes, en su famosa obra Leviatán (1651), partía de una concepción muy pesimista del ser humano. En el estado de naturaleza el hombre era egoísta, un hombre lobo para sus semejantes. Para evitar que los hombres se destrozasen establecían un pacto entre sí para poder vivir en paz. Ese pacto daba como resultado un estado fuerte que se imponía a todos. El soberano sería el único depositario del poder. Es muy interesante confrontar esta teoría con la de Locke. Los dos partían del estado de naturaleza, pero el segundo consideraba que en dicho estado los hombres tendrían derechos naturales, y para conservarlos establecerían el Estado, cuya misión era garantizarlos. Este sería uno de los fundamentos del Estado liberal.

Curiosamente, la teoría de Hobbes tendría sus repercusiones en el futuro en contextos históricos harto distintos. Tenemos que tener en cuenta que algunas dictaduras de la Historia Contemporánea reinterpretaron sus ideas. Muchos dictadores han justificado su acceso al poder y su conservación con el argumento del supuesto caos en el que se encontrarían sus respectivos países. La dictadura salvaría, según esta concepción, a esas sociedades de perecer.

En el Renacimiento terminó por perfilarse la teoría del tiranicidio, concebido como la muerte del tirano en defensa de la legitimidad política, recogiendo la tradición griega y algunas aportaciones medievales. Los príncipes debían ejercer el poder para el bien de los súbditos y éstos tenían derecho a la resistencia, pero, además, aquel monarca que hubiera violado las leyes divinas y el pacto implícito con sus súbditos se convertía en un tirano y era lícito terminar con él. En esta defensa del tiranicidio se destacaron los monarcómacos. El relativo éxito de la teoría del tiranicidio en la época moderna tiene mucho que ver con los planteamientos de la teoría contractualista del poder, ya que la tiranía corrompería el pacto entre gobernantes y gobernados. Sin lugar a dudas, el teórico más destacado sobre el tiranicidio fue el jesuita español Juan de Mariana con su obra De rege et regis institutione (Toledo, 1599). Algunos contemporáneos acusaron a Mariana de ser uno de los instigadores morales del asesinato de Enrique IV en Francia. Pero los defensores del tiranicidio en esta época no contemplaban las reacciones individuales o de grupos particulares a la hora de defender el tiranicidio; éste debía contar con el beneplácito o consenso tácito del pueblo.

A finales del siglo XVII, Locke defendió la legitimidad del principio de resistencia frente a un gobierno injusto y al derecho de cualquier ciudadano de acabar con el criminal que violaba la ley y la naturaleza que Dios había establecido para mantener la armonía social. Es importante destacar que el derecho de resistencia, aunque no exactamente el tiranicidio, estuvo en la base de la revolución americana, de las revoluciones liberales europeas y se incorporó a algunas de las declaraciones de derechos que se elaboraron en ese momento histórico.

El republicanismo fue una concepción política presente durante el Antiguo Régimen, y que hunde sus raíces en la Antigüedad clásica, encontrando al otro lado del Océano Atlántico un lugar con unas características que permitieron su desarrollo con la independencia de las Trece Colonias. Esas ideas ensalzaban los valores que se asociaban a la importancia de la ciudadanía y de la política sana, así como al ejercicio de una vida adecuada y a la moralidad social. Esos valores eran propios de la Atenas clásica y de Roma, pero su abandono había provocado la crisis de la República romana. Pero los valores republicanos no murieron con la llegada del Principado y el Imperio. En Europa se mantuvieron y fueron revitalizadas en el Renacimiento, especialmente con Maquiavelo. Pasaron en el siglo XVII al mundo anglosajón. James Harrington fue un teórico fundamental en la revitalización del republicanismo clásico. En 1656 escribió La República de Oceana, dedicada a Cromwell. Harrington defendió la rotación de los cargos, la separación de poderes, el bicameralismo, etc. Su influencia fue evidente para conformar el ideario posterior de los whigs, y también para la propia Revolución americana. Por su parte, Algernon Sidney también es una figura muy importante en el republicanismo anglosajón por su protagonismo en la época de la primera Revolución inglesa y por sus teorías. Sidney planteó que la monarquía absoluta como la ejercía Luis XIV era una mala forma de gobierno. Su obra fundamental fueron los Discursos relativos al Gobierno, y que tuvieron mucho que ver para que fuera ejecutado en 1683. También es importante destacar al poeta John Milton. Como hemos visto, todo este republicanismo se enmarca en el contexto de las agitaciones políticas inglesas en el siglo XVII, especialmente con la ejecución de Carlos I y el gobierno de Cromwell.

El republicanismo pasó al siglo XVIII como una ideología y un conjunto de valores contra los sistemas políticos absolutistas en su moderna versión de despotismo ilustrado. Nutrieron a los críticos e insatisfechos con la situación política europea. Se vertieron en muchos escritos como en las historias de la Antigüedad de Charles Rollin, o en las innumerables traducciones de Salustio y Tácito. En realidad, estas obras presentaban una imagen idílica de la República romana formada por labradores, que eran ciudadanos que defendían la libertad, la sobriedad, y una forma de vida arcádica. Ese mundo era visto por los críticos del XVIII como una alternativa a las Monarquías absolutas basadas en las jerarquías estamentales, el lujo, la corrupción y la sofisticación de rituales y protocolos.

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