Algunos científicos de la época ilustrada consideraban desde las nuevas instituciones científicas, especialmente los Jardines botánicos, la imposibilidad de enseñar a los campesinos, dada la evidente falta de formación básica secular que padecían. Estaríamos hablando de la postura defendida por Casimiro Gómez Ortega. Su posición se presenta muy conservadora no sólo porque no perseguía cambiar las estructuras del Antiguo Régimen sino, también, por su actitud ante los campesinos. En este punto, sobre todo, se distinguía de los presupuestos de Francisco Zea, de los hermanos Claudio y Esteban Boutelou y de Antonio Sandalio de Arias, ya que éstos sí tenían fe en los beneficios de la educación y la cultura, siendo los pioneros en la Historia de la enseñanza agronómica en nuestro país, intentando aplicar el magisterio de Jovellanos. Ortega ejemplifica el divorcio entre la ciencia botánica y la agronomía, considerada ésta no como una ciencia sino como un conjunto de artes y técnicas consuetudinarias y basadas en la clásica obra de Gabriel Alonso de Herrera. Los Boutelou y Arias, en cambio, defendían el carácter científico de la agronomía.