Campomanes y el trabajo femenino
La Ilustración introdujo cambios en la consideración socioeconómica de la mujer en relación con el pasado. En este sentido, es fundamental acercarse al pensamiento de Campomanes, especialmente en su Discurso sobre la educación popular de los artesanos y su fomento, porque allí dedicó un capítulo completo a esta cuestión, titulado “De las ocupaciones mujeriles, a beneficio de las artes”.
Campomanes partía de uno de los ejes del pensamiento ilustrado, es decir, del utilitarismo, al afirmar que para el Estado era una gran ventaja que las mujeres pudiesen ejercer todas las artes posibles, además del beneficio que proporcionarían a sus familias. Es importante recordar que el autor era uno de los más genuinos representantes del despotismo ilustrado, como se manifiesta en su defensa de la vinculación de la incorporación de la mujer al mundo laboral con el engrandecimiento económico del Estado, pero también al establecer la obligación de las mujeres de procurarse su sustento a costa de su propio esfuerzo.
Si las mujeres e hijas de los artesanos no recibían educación permanecerían ociosas, uno de los males que más preocupaba a los ilustrados. La ociosidad femenina tenía, además, una grave consecuencia porque generaba malos ejemplos en las familias. Las dos condiciones que ponía el asturiano para la incorporación de la mujer al mundo laboral tendrían que ver “con el decoro de su sexo y con sus fuerzas”. Precisamente, en relación con estas dos condiciones, esta incorporación en determinados trabajos permitiría un aumento del número de hombres que podrían dedicarse a los oficios más pesados, la última ventaja. La ociosidad era la desidia que había que desarraigar de España.
El método ilustrado a la hora de defender una política determinada solía pasar por un estudio de la realidad presente y/o pasada, que deseaba ser transformada. En este caso, Campomanes ofrece un panorama, con su interpretación personal, de la situación socio-laboral de la mujer en la España de mediados del siglo XVIII, buscando en el pasado los orígenes de la misma.
Campomanes detalló en la obra citada las tareas y trabajos que desempeñaban las mujeres de su época en el norte de España contraponiendo su laboriosidad a la supuesta ociosidad femenina imperante en el interior y sur peninsulares. El ideal de mujer para Campomanes eran las pasiegas, que llevaban a cuestas la manteca y quesos desde sus montañas a los pueblos, y traían de ellos los productos que necesitaban. Esas pasiegas serían como las mujeres que recomendaba Juvenal.
Las mujeres del norte guardaban el ganado, guiaban los carros, escardaban, segaban, cribaban la mies, y cuando faltaban los hombres labraban la tierra, y comercializaban parte de los frutos. También abundaba el trabajo artesanal femenino: encajes, medias, cordones, etc.., además de regentar las tiendas de mercería.
El trabajo no las agotaba, sino que las robustecía, manteniendo la necesaria decencia. Ese medio rural del norte es, sin lugar a dudas, idealizado por Campomanes, al considerar que mantenía la sencillez y no el lujo y promovía la laboriosidad de sus habitantes. Pero, a medida que se descendía hacia el sur, la ociosidad de las mujeres aumentaba. La causa sería histórica. La influencia musulmana había sido determinante, al encerrar a las mujeres en el ocio, siempre según el autor.
Campomanes advertía que se podían argumentar dos objeciones al trabajo femenino: la dificultad de cambiar la mentalidad o costumbre imperante y el riesgo de que las mujeres trabajadoras perdieran su “recato” vulgarizándose. Como buen ilustrado, nuestro protagonista no podía aceptar el argumento del peso de la tradición. Una mala costumbre no podía seguir defendiéndose por el hecho de ser antigua, simplemente probaba el descuido de los que la habían introducido. Además, argumentaba que, realmente, en el pasado remoto había imperado la laboriosidad, como probaba que seguía existiendo en aquellas provincias y zonas del norte no arabizadas. Pero Campomanes no dedicó mucho tiempo a combatir las objeciones porque le parecían muy débiles y no hacía falta argumentar contra ellas.
Aunque existe una abundante bibliografía sobre Campomanes recomendamos la monografía de Vicent Llombart, Campomanes: economista y político de Carlos III, Madrid, 1993.
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