La fallida Revolución Industrial portuguesa
En los años veinte del siglo XIX el liberalismo portugués comenzó a plantear las reformas conducentes al desmantelamiento de las estructuras socioeconómicas del Antiguo Régimen, especialmente la desamortización eclesiástica y la supresión de los mayorazgos, entre otras. Estas medidas perseguían asentar una nueva estructura económica y beneficiar a la burguesía, y en paralelo a lo que el liberalismo español quiso hacer en el Trienio Liberal.
El sistema capitalista se fue asentando en Portugal, aunque muy lentamente y con bases no muy sólidas, generando desequilibrios importantes.
En los años treinta se optó por una política económica de protección de la industria nacional frente a los productos británicos, el gran problema, habida cuenta de como el poderoso aliado había terminado por tutelar económicamente al país en su propio beneficio. Para evitarlo se aprobó el Arancel de 1837. Pero, a partir de la Patuleia, que optó por pedir la ayuda inglesa, se entró en una fase liberalizadora en lo económico por imposición británica a cambio de su apoyo político. Esta política librecambista debilitó la naciente industria lusa, aunque favoreció el desarrollo agrícola y del comercio exterior de sus productos. Tenemos que tener en cuenta que casi toda parte la producción agrícola iba destinada al mercado británico. Se exportaban vino, productos frutícolas, legumbres y vino. La demanda británica consiguió transformar las estructuras antiguas del campo portugués, vinculándolo al desarrollo de un capitalismo comercial y financiero, un hecho que diferenció este sector económico con el mismo en España, tan estancado durante todo el siglo XIX. Pero los excedentes agrarios no permitieron el crecimiento industrial porque iban destinados al mercado exterior. Pero, sobre todo, la importación masiva de productos industriales británicos tampoco favoreció la creación de una industria propia. Portugal generó una clara dependencia exterior y, concretamente, con Gran Bretaña, que le pesaría durante mucho tiempo. En lo social, esta situación generó una potente burguesía terrateniente y financiera pero no industrial.
A mediados del siglo XIX comenzó un cierto crecimiento demográfico y urbano, aunque centrado, este último, en Lisboa y Oporto. También se emprendieron programas de obras públicas para el desarrollo de las infraestructuras: ferrocarril y carreteras. El crecimiento demográfico obligó a emprender el camino de la emigración exterior, ya que, la debilidad de la industria impedía absorber toda la mano de obra. En conclusión, Portugal terminó el siglo con un sistema económico dependiente del exterior, con un sector primario evidentemente desarrollado, pero con un secundario raquítico, con un creciente aumento de la deuda pública y que sufrió periódicas crisis económicas, siendo muy graves las de 1876 y 1891-92.