Besteiro sobre la Sociedad de Naciones en 1925: un ejercicio de crítica constructiva

Historia

Julián Besteiro opinó en el otoño de 1925 en La Libertad (luego se publicó el artículo en El Socialista) sobre la Sociedad de Naciones, en un momento, todo hay que decirlo, de cierta mejoría de las relaciones internacionales en el complejo período de entreguerras, que supone un ejercicio de realismo crítico que queremos compartir en estas páginas de El Obrero.

 

Besteiro criticaba las actitudes meramente críticas ante los acontecimientos y problemas, aplicando esta afirmación suya a las instituciones que habían nacido en Europa después de la Gran Guerra. Esa forma de pensar era, a su juicio, la más fácil, como se podía ver en el caso de la Sociedad de Naciones. Pero eso no significaba que no se planteasen críticas, pero razonadas y sin juicios categóricos. Besteiro dio en este artículo suyo una lección de realismo crítico constructivo, como vamos a tener ocasión de demostrar.

Claro que la constitución y el funcionamiento de la Sociedad tenía defectos importantes, y que era preciso corregir porque de no hacerlo se corría el peligro de malograr los laudables propósitos de los más nobles de sus fundadores. Eso era para obvio para el político socialista.

Era ingenuo pensar que como estaba constituida la Sociedad y tal como funcionaba la misma podía garantizar la paz y la armonía definitivas entre pueblos divorciados por fuertes antagonismos, y que con el tiempo se habían agravado.

Pero admitir esta realidad y, por consiguiente, volver la espalda a las actividades de la Sociedad de Naciones y desconocer las posibilidades de perfeccionamiento que en ella existían, así como desertar del deber de todos en contribuir a corregirla y perfeccionarla, era una falta de perspicacia y de un enorme egoísmo.

El cómodo escepticismo (expresión literal de Besteiro) y el fácil desdén no eran compatibles con lo que debería ser una actitud crítica (lección que podríamos aplicar, si se nos permite el comentario, a todo, como lo que a continuación nos contará). La crítica debía dedicarse a estudiar las causas de los defectos y analizar sus elementos. Eso era una tarea complicada, pero necesaria para poder tener la posibilidad de remediar los males.

Besteiro quería que se valorase la obra que la Sociedad podía realizar, así como el valor de lo ya realizado, a despecho de muchos obstáculos encontrados. Esa doble valoración capacitaba para estimar en todo su valor las imperfecciones, y encontrar la energía para combatir la influencia, que consideraba excesiva, de los gobiernos de naciones poderosas sobre una asamblea que debía ser de pueblos libres.

Para la posición de cómodo escepticismo y de fácil crítica apenas podían concebirse argumentos más valiosos que los que sugería la coexistencia de la Sociedad y las guerras que en Asia, en África y en la misma Europa se estaban incubando en ese momento o estaban desarrollándose y adquiriendo proporciones muy serias. En este caso, era necesario reconocer que la indiferencia de la Sociedad ante conflictos reales y que se iban agudizando, constituía una causa grave de desprestigio. En vano se podía argumentar que como era una institución muy joven no podía acometer grandes o difíciles empresas como frenar el curso de acontecimientos tan complejos como los que se desarrollaban en China o en la India, o donde se luchaba por la independencia de las potencias colonizadoras. Todo eso no podía disculparse, es decir, Besteiro no ignoraba la realidad, y no defendía la posibilidad de conservar la Sociedad creando en torno a ella una especie de atmósfera artificial para ponerla al abrigo de las luchas, porque eso era debilitarla. Pero, por otro lado, tampoco concebía el argumento de que la Sociedad se hallaba legalmente incapacitada para buscar soluciones a los conflictos por intervenir en ellas organizaciones rebeldes que no estaban reconocidas como naciones en guerra. Ese argumento era tan característicamente legalista como impropio para resolver el problema.

En conclusión, Besteiro veía los problemas, pero no renunciaba a la Sociedad de Naciones.

Hemos consultado el trabajo en el número 5202 de El Socialista, de 7 de octubre de 1925.

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