Hay otras Españas de la época moderna en la memoria

Política

Vivimos una época de renovado hipernacionalismo español, rescatando hechos y momentos, supuestamente gloriosos, de la “Historia patria”, eso sí, con interpretaciones interesadas y, generalmente, poco o muy relativamente acordes con lo que realmente ocurrió o significaron en su momento. Una de las razones de esto tiene que ver con la reacción ante el fundamentalismo nacionalista catalán, otra fábrica de hacer Historia desde el agravio permanente, que busca rescatar una Cataluña añorada que no existió realmente nunca. En el primer caso, tenemos el relanzamiento, como hace el candidato Casado, del concepto de Hispanidad como la mayor gesta realizada por el hombre, en un ejercicio hiperbólico que refleja el sempiterno complejo de inferioridad del nacionalismo español frente a los de otros países. En el segundo caso tenemos esa mitificación de una Cataluña supuestamente arcádica previa a 1714 cuando Felipe V terminó con sus leyes, costumbres e instituciones. Pero la Hispanidad es un concepto político fabricado desde posiciones muy ultras de nuestro pasado contemporáneo, y nada tiene que ver con la realidad de la conquista y colonización castellanas (que no españolas, o al menos no hasta el siglo XVIII) de América, y la Cataluña de 1714 era una sociedad estamental, profundamente desigual, como lo eran el resto de sociedades del Antiguo Régimen occidental.

Pero este artículo no pretende ahondar en las razones por las que los nacionalistas españoles nos machacan con imperios donde no se ponía el sol, pendones y reyes católicos. Gonzalo Pontón nos lo ha explicado no hace mucho, y magistralmente en su blog, además de recordarnos el magisterio de Fontana sobre la misión del historiador y de la Historia. Este artículo versa sobre la necesidad de que en este país se trabaje para enseñar que hay más Españas, y que han servido para que muchos españoles hayan ido construyendo una memoria o, mejor dicho, unas memorias distintas frente a la que tradicionalmente ha imperado, y casi por decreto, en este país. Son memorias de los proyectos derrotados, son memorias de personas, grupos, sectores oprimidos de toda índole y condición, que se imbrican en valores, ideas y sentimientos universales, y que tienen, además, mucho que ver con nuestro entorno geográfico y cultural. Esas memorias alternativas informan e inspiran a muchos españoles en el presente, y que nada tienen que ver con lo que la derecha y la extrema derecha nos llevan intentando inculcar desde hace más de un siglo. Las memorias que construimos tienen mucho que ver con la manera con la que encaramos la vida, las relaciones personales, qué ideologías nos inspiran, y cómo entendemos la construcción de las sociedades.

Quedándonos en la época moderna, la de la supuesta España Imperial, podemos descubrir lo siguiente:

Que hay españoles admirados de la civilización nazarí en multitud de facetas, que terminó sus días un día frío de enero de 1492, y que se sienten tan herederos de los que recibieron las llaves como de las que las entregaron a las puertas de la Alhambra, prefiriendo que Andalucía festeje a uno de sus impulsores que la fecha de una vitoria, pero también de una derrota. Que hay españoles sensibles hacia los esfuerzos humanistas y erasmistas del complejo Renacimiento peninsular para conectar con los aires de renovación intelectual y de nuevas sensibilidades religiosas más íntimas y menos fariseas, aunque sin pretender rupturas violentas, y que fueron ahogados por la Inquisición, lamentándose del atraso intelectual y científico que fue cimentándose ya en ese momento histórico.

Que hay españoles que reconocen el fracaso de la sociedad hispánica para la integración y respeto de las minorías de origen religioso, y que resaltan las consecuencias de las expulsiones de judíos y moriscos, y todo frente al Santo Oficio, la sociedad de las delaciones y el espionaje de los vecinos, la obsesión por la sangre (estatutos de limpieza de sangre), y la construcción de las castas entre cristianos viejos y nuevos.

Que hay españoles que están más interesados en las condiciones de vida de los grupos humildes en las sociedades del Antiguo Régimen (la mayoría de la población), castigados con prácticas tardofeudales, pagos de rentas, salarios bajos, fiscalidades religiosas y reales asfixiantes, subidas de precios, hambrunas, pestes y despoblamientos, que con las gestas imperiales de los Tercios en Flandes o Italia, que ahogaron, por otra parte, a los súbditos castellanos.

Que hay españoles sensibilizados con el conocimiento del papel de la mujer en la Historia moderna, y de la situación de las distintas minorías o grupos, perseguidos todos ellos, como los sodomitas, los gitanos, los alumbrados, los vagabundos, etc., frente al inveterado olvido de todos ellos.

Que hay españoles más interesados en los religiosos que debatieron sobre el trato que recibían los indios en América, o en las reducciones jesuíticas, que en la exaltación de la idea acrítica y repetida de las maravillas que España o Castilla llevaron al Nuevo Mundo, ocultando la mita o en la encomienda, por poner dos ejemplos de explotación.

Hay españoles que sienten gran consideración por el esfuerzo intelectual, aún lleno de contradicciones, de la Ilustración española por poner al país en la órbita europea, por abrir escuelas, bibliotecas, por su amor por los libros y periódicos, por desarrollar las ciencias naturales o la economía política, frente a los grupos que ya iban formando la reacción contra las “novedades” de fuera, y que torpedearon a esta minoría.

En fin, que hay españoles que miran la Historia moderna desde otras facetas, desde otros ángulos; que, efectivamente, en ese largo intenso período la Monarquía Hispánica llegó al cénit del poder del mundo, luego recolocada en segundo plano como la España de los Borbones, pero que también escondía miseria, desigualdad, sufrimiento, y otros proyectos o formas de entender la vida y la sociedad. En conclusión, la memoria de los españoles de hoy es diversa, como fue aquella época, afortunadamente, y viva, sin que nadie pueda ahogarla con una alabarda o bajo un pendón.

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