En el 120 aniversario de la muerte de Wilhelm Liebknecht

Historia

“Desde mi juventud he tenido constantemente á la vista un doble ideal: la Alemania libre y unida á la emancipación de la clase obrera, es decir, la supresión de la dominación de clase, lo que equivale á la emancipación de la Humanidad. Por este doble fin he luchado con todas mis fuerzas, y por este doble fin lucharé hasta mi último aliento”.

Wilhelm Liebknecht

 

Wilhelm Liebknecht falleció el 7 de agosto de 1900, por lo que ahora se cumple el 120 aniversario de dicho suceso. No cabe duda de que estamos hablando de uno de los socialistas alemanes más importantes en la creación y consolidación de la Socialdemocracia. En este periódico hemos dedicado atención a su figura, como a la de su hijo, otro protagonista indiscutible, de trágico final junto a Rosa Luxemburgo. Los socialistas españoles no podían dejar de rendir su particular homenaje en las páginas de El Socialista, especialmente en el número del 17 de agosto de ese año de 1900.

En dicho número incluyeron una carta que Liebknecht había enviado a Pablo Iglesias, unos pocos días antes de morir, para preguntar al líder español sobre la realidad del socialismo en España y acerca de El Socialista, además de preguntarle si iba a ir a París, es decir, al Congreso de la Internacional. Pero el gran homenaje fue incluir una biografía con una ilustración de Liebknecht en la primera página.

La biografía que publicó el periódico obrero español tiene su importancia porque se trata de un texto que el propio Liebknecht escribió para leerlo a los jueces y publicarlo en 1872, en relación con el proceso que padeció por oponerse a las consecuencias de la victoria prusiana sobre Francia y la anexión de Alsacia-Lorena. El resto de su vida sería tratado en un resumen propio. Intentaremos en esta pieza resaltar aspectos que creemos relevantes en su compromiso socialista del escrito del propio Liebknecht.

Nuestro protagonista confesaba que había estudiado en el colegio las obras de Saint-Simon, que fueron muy reveladoras porque le descubrieron un nuevo mundo. Pero el joven no tenía vocación para dedicar la vida al estudio. Aprender era un medio para poder mejor cumplir sus deberes como ciudadano con el Estado y la sociedad. En la Universidad se dedicaría a estudiar distintas disciplinas para aprender, no para crearse una posición social. Pronto tuvo que abandonar su primigenia idea de servir al Estado por sus ideas políticas y sociales.

En 1847 decidió emigrar a América, pero camino del puerto de mar tuvo un encuentro que le cambió la vida, ya que un profesor suizo le indicó que era mejor que se trasladase a Suiza. Y eso hizo, instalándose en Zúrich. Allí pensó en naturalizarse suizo y ejercer como abogado siguiendo las indicaciones de aquel compañero de viaje. En la ciudad suiza comenzó a frecuentar los Círculos obreros alemanes donde aprendió sobre cómo se ocupaban los trabajadores de sus reivindicaciones.

En febrero de 1848 le llegaron las noticias de las luchas en las calles de París. Liebknecht confiesa que no podía estar más en Zúrich, que pensaba en el triunfo de la Revolución y se marchó a Francia. Llegó tarde, pero, al menos, le consoló saber que la monarquía de julio había caído.

No dudaba de la posibilidad de que se proclamase la república en Alemania. Por eso quiso unirse a Herzewg, y pensó, de nuevo, en la victoria. Pero cayó enfermo en la capital francesa, seguramente por agotamiento, por lo que no pudo incorporarse a la expedición.

Al restablecerse regresó a Zúrich para terminar sus estudios y proyectos. Poco tiempo estuvo allí porque respondió al llamamiento de Struve. Con un grupo de amigos pasó el Rhin, reuniendo un grupo de insurrectos, pero la expedición terminó en fracaso. En todo caso, Liebknecht vuelve a confesar su optimismo y fe en la revolución porque explica que decidió no huir y trató de reunirse con los insurrectos, aunque fue detenido, pasando nueve meses en prisión, porque esquivó la pena capital. En mayo de 1850 se examinó su causa en Friburgo, pero se retiró la acusación, para disgusto del propio Liebknecht que protestó porque habían estado nueve meses en prisión y ahora no se le permitía presentarse como acusador.

Regresó a Suiza, aunque tuvo que establecerse en Ginebra porque en Zúrich tenía vedada la residencia. En la nueva ciudad se puso a trabajar intensamente en los Círculos Obreros alemanes con la idea de dotarlos de una organización central y con un programa netamente socialista. Se convocó un Congreso en Murten, pero las autoridades suizas actuaron al considerar que lo que se pretendía era organizar una expedición contra Baden. Así pues, se desbarató el Congreso, y sus organizadores, entre ellos nuestro protagonista, tuvieron que pasar dos meses en la cárcel. Al salir fue expulsado de Suiza, y entregado a las autoridades fronterizas francesas, que le obligaron a embarcarse con destino a Londres.

En la capital británica entró a formar parte de la organización comunista. Allí solamente conocía de antes a Engels. Ahora conocería a Marx. Para Liebknecht la Liga Comunista no era una organización de conspiradores sino una sociedad de propaganda. En su escrito explicaba la importancia del Manifiesto Comunista y el nuevo concepto de revolución, como “un procedimiento orgánico”. Ya no se trataba de pronunciamientos. La sociedad se hallaría sometida a leyes invariables que había que descubrir. Explicó el concepto científico de un grupo que se oponía a los revolucionarios que habían existido hasta ese momento. La Liga no tenía nada en común con los conspiradores.

Así, por lo tanto, el propio Liebknecht estaba reconociendo la importancia que había supuesto su encuentro con Marx y Engels. Estuvo trece años en Inglaterra estudiando. En 1862, Brass le ofreció entrar en la redacción de la Gaceta de la Alemania del Norte, que acababa de crear en Berlín. Gracias a una amnistía pudo regresar a Alemania. Entró en la redacción poniendo dos condiciones: poder atacar al bonapartismo en el exterior, y a la burguesía y el liberalismo en el interior. Todo parecía ir bien hasta que llegó Bismarck.

Al parecer, Liebknecht notó un cambio en la conducta del periódico. Decidió compartir sus sospechas con Brass, que negó que tuviera un compromiso con el Ministerio, dándole carta blanca en la sección que llevaba, que era de política exterior. Pero sus sospechas no cesaron, y llegaron a tal punto que decidió irse del periódico, aunque fuera su único recurso para vivir. Al parecer, y siempre según nuestro protagonista, Bismarck había intentado comprarle a través de distintos agentes. Opinaba que el ministro deseaba comprar a todo tipo de elementos, y mejor si eran renegados de sus propias ideas, ya que por el hecho de perder el honor se convertían en elementos dóciles. En ese momento, Bismarck pretendía, según Liebknecht, asustar a la burguesía, por lo que buscaba tener a su servicio a elementos subversivos. Nuestro protagonista se negó, provocando que la policía comenzara a perseguirle.

En 1863, Lassalle comenzó su labor, pero Liebknecht, al principio optó por la prudencia hasta que vio como toda la prensa burguesa se lanzaba sobre el naciente movimiento socialista. Por eso, decidió entrar en la Asociación General de los Obreros Alemanes, fundada por Lassalle. El problema llegaría con la muerte del líder, ya que la Asociación entraría en crisis por culpa de hombres incapaces o venales, siguiendo la interpretación de los intentos de Bismarck de controlar el movimiento obrero.

Liebknecht decidió lanzarse con fuerza para combatir a los dos enemigos, es decir, la política social que seguía Bismarck, y el liberalismo de la burguesía. El sufragio universal prometido por el primero era una trampa si no se garantizaban los derechos de reunión, asociación y libertad de imprenta. Además, el dinero entregado a los obreros, a través de determinadas subvenciones del Estado, solamente iba encaminado a corromper a la clase trabajadora.

Esta lucha le trajo problemas, ya que en 1865 fue expulsado de Berlín y de Prusia, provocando que se dirigiese a Leipzig, donde se puso al frente de un periódico, que terminaría siendo clausurado. Tuvo que regresar a Berlín por asuntos familiares, y fue detenido, estando cuatro meses en prisión.

Y aquí terminaba su autobiografía.

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