Una visión general de la Guerra de los Países Bajos

Historia

La Guerra de los Países Bajos por su duración e intensidad constituye uno de los hechos más determinantes de la Historia moderna de la época de los Austrias, desde Felipe II hasta Felipe IV, durante ochenta años, y con fuertes consecuencias para la misma, tanto en relación con su papel en el mundo, como interiormente, por la presión fiscal que se produjo en Castilla, y sobre la mayoría de la población.

 

Los Austrias consideraron siempre vital la conservación de estos territorios, densamente poblados y económicamente muy potentes, que procedían de su herencia borgoñona, a la que nunca quisieron renunciar. Se encontraban en una posición estratégica en Europa, y, además, eran el destino de la ruta atlántica de la lana castellana.

El rey Felipe II, a pesar de su conocimiento de primera mano de la realidad política flamenca, desarrolló una política poco conciliadora con un conjunto de territorios que poseían una tradición institucional muy avanzada, sofisticada y arraigada, siendo sus habitantes muy celosos de ellas, y donde, además, la cuestión religiosa con la Reforma protestante terminaría por complicar más la relación entre parte de estos territorios y su monarca, intensamente católico, y nunca proclive a transigir en esta materia. Así pues, estaríamos ante un complejo conflicto, con fuerte carga ideológica -gran parte de la leyenda negra tuvo que ver con esta guerra-, y religiosa, sin olvidar un componente de proto-nacionalismo.

El levantamiento encabezado por Guillermo de Orange comenzó a raíz de la política autoritaria desarrollada por la gobernadora Margarita de Parma y el cardenal Granvela en el año 1566, y que se extendió por distintos lugares, incluyendo ataques a los bienes de la Iglesia. Pero el tinte social que estaban adquiriendo las revueltas provocó que la nobleza profesara fidelidad al rey, por lo que la Margarita pudo sofocarlas con cierta facilidad. Pero Felipe II optó por imponer una política de dureza en Flandes, enviando en 1567 al duque de Alba. Al llegar creó el Consejo de Tumultos, encargado de la ejecución de los rebeldes, destacando entre las víctimas los condes de Egmont y de Horn. Alba realizó un amplio despliegue de tropas, pero no consiguió pacificar los territorios. El problema residía en la falta de fondos, que intentó solucionarse imponiendo una durísima política fiscal, totalmente contraproducente porque generó un intenso malestar social. También fracasó en el control marítimo porque los mendigos del mar, entre piratas y rebeldes flamencos, con apoyo inglés y de los hugonotes franceses, pudieron hacerse fuertes en algunos puertos claves.

El recambio de Alba llegó con Luis de Requesens, que introdujo una estrategia más conciliadora, aunque sin un claro apoyo económico tampoco pudo conseguir nada. La Hacienda real estaba en bancarrota, y las tropas no pudieron recibir sus soldadas, provocando motines y pillajes, como el saqueo de Amberes en 1576, que consiguió unir a las provincias del norte con las del sur. Al final se firmaría la Pacificación de Gante por la que se proclamó la libertad religiosa y la retirada de tropas españolas.

El siguiente gobernador, don Juan de Austria, cumplió la parte militar del trato, con la condición de que se terminaran las revueltas, pero poco duró este nuevo espíritu, porque al retirarse los Tercios estallaron más revueltas. Este sería el panorama que se encontró Alejandro Farnesio, que empleó tanto la diplomacia como las armas con el fin de que los rebeldes volvieran a la obediencia. Tuvo un relativo éxito porque consiguió dicho objetivo con las provincias del sur en la Paz de Arras de 1578, pero, en contraposición las del norte -Holanda y Zelanda- se juramentaron en la Unión de Utrecht.

Felipe II decidió ceder los Países Bajos a su hija Isabel Clara Eugenia y a su esposo el archiduque Alberto para que fueran heredados por sus descendientes, con el fin de que los rebeldes del norte cedieran, pero no fue así, porque eligieron a Guillermo de Nassau como su rey. En todo caso, el agotamiento de unos y otros, y ya en tiempos de Felipe III, llevó a la Tregua de los Doce Años (1609) Terminada la Paz, y ya iniciada la Guerra de los Treinta Años, el conflicto resurgió. Después de la derrota de los Tercios en Rocroi, los holandeses y franceses invadieron la mayoría de los territorios. Solamente se conservaron Gante, Brujas, Amberes y Namur. El Tratado de Münster, dentro de la Paz de Westfalia (1648), puso fin al conflicto de Flandes. Felipe IV tuvo que reconocer la independencia de las Provincias Unidas.

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