Manuel Cordero: el porvenir y el socialismo en 1923
El 10 de noviembre de 1923 el periódico El Socialista inauguró una página semanal que, en realidad, serían cuatro: una para el Partido, otra para la UGT, una tercera dedicada a las Juventudes Socialistas y, por fina, la cuarta, para el cooperativismo. Manuel Cordero explicaba que cada página reflejaría las facetas del movimiento socialista, de órganos que paulatinamente iban trabajando por preparar las condiciones sociales para llegar a la implantación del socialismo. Las páginas tendrían una doble dimensión: informativa y cultural.
Pero lo que más nos importa del trabajo de Cordero, personaje al que estamos en los últimos tiempos dedicando cierta atención, era la consideración que realizaba sobre la gran confusión respecto a las ideas socialistas. Según lo que explicaba unos confundían el Partido con el socialismo, otros creían que el socialismo era la anulación de la libertad y del individuo, y muchos más creían que el día que se implantase el socialismo ya no tendrían que trabajar.
Había que convencer a todas esas personas de que al socialismo se iba por la propia fatalidad de la evolución de las leyes de la naturaleza, que el Partido era el órgano que reflejaba y propagaba las ideas, que el trabajo en el régimen socialista tendría una función social agradable, pero que sin él era imposible vivir en ninguna sociedad civilizada, y que el socialismo, colocando a todos los hombres al nacer en igual plano económico, con igualdad para su desarrollo físico y cultura, era el régimen donde había mayor libertad. Así pues, en un párrafo sencillo Cordero hacía una labor divulgativa.
Para Cordero, y más en una época de crisis como la que se vivía en ese momento, la acción política era fundamental para ir hacia la libertad, mientras que por el apoliticismo se iba al absolutismo.
Por eso defendía que había que contribuir a la formación de una ciudadanía fuerte como medio para que el pueblo pudiera conquistar su soberanía.
Por otro lado, afirmaba que había gente que pensaba que los sindicatos podían llegar a ser órganos de gobierno, pero eso era un error en su opinión. El sindicato era un instrumento de lucha, pero el gobierno y el desarrollo de los intereses de la colectividad, compuesta de hombres sindicados o no, era una cuestión delicada. Entregar el poder al sindicato sería entregar a la vez la sociedad a la fuerza sindical preponderante. Al socialismo se llegaría sin suprimir ni una sola manifestación de las energías humanas, que le eran útiles, es decir, arte, ciencia y trabajo, una especie de “trinidad salvadora”.
Hemos trabajado con el número 4604 de El Socialista, de 10 de noviembre de 1923.
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