La crisis del Antiguo Régimen en Portugal
Aunque la crisis del Antiguo Régimen hunde sus raíces, como en todos los países europeos, en causas internas, hemos situado el inicio del fin en la conocida como Guerra de las Naranjas, que enfrentó a Francia y España contra Portugal en el año 1801. Al comenzar el siglo XIX, Portugal intentó maniobrar entre su tradicional alianza con Inglaterra y el poder de Napoleón, optando por la neutralidad y siguiendo comerciando con ambas potencias.
Pero Napoleón deseaba romper la alianza luso-británica porque suponía un flanco abierto al bloqueo continental que había establecido contra Inglaterra, su principal enemigo y, de ese modo, hundir su economía. Para ello necesitaba el concurso de España, por lo que se firmó con Madrid un tratado en este sentido. En enero de 1801 se envió un ultimátum a Lisboa exigiendo que abandonase su alianza con Londres, que abriese sus puertos al comercio con franceses y españoles, que entregase a España un tercio de su territorio como garantía de la devolución de las islas españolas en manos británicas, que pagase una indemnización a Francia y a España y una serie de revisiones sobre la frontera con España. Portugal rechazó este ultimátum y el país fue invadido por tropas hispano-francesas que derrotaron a las portuguesas. Por el Tratado de Badajoz -6 de junio de 1801- los portugueses tuvieron que cerrar sus puertos a los navíos británicos, recuperaron las ciudades conquistadas menos Olivenza, que desde entonces es una localidad española. También Portugal tuvo que pagar una indemnización a España. Por dicho Tratado, Portugal reconocía la soberanía española sobre las Misiones Orientales y la Colonia del Sacramento, aunque nunca fueron devueltas. Pero Napoleón tenía sus propias intenciones que no eran otras que la invasión de país. En Portugal comenzó a plantearse la necesidad de que la corte se estableciese en Brasil a partir de las exigencias napoleónicas al regente, futuro Juan VI, para se cumpliesen sus disposiciones acerca del bloqueo continental. Los británicos defendían también la necesidad del traslado. En octubre de 1807 se firmó el Tratado de Fontainebleau entre Francia y España, en el que se establecía un reparto del territorio portugués entre ambos países y, de ese modo, Napoleón podría invadir el reino. Este pacto permitía la entrada de tropas francesas en la península Ibérica. Este hecho precipitó la salida de la familia real portuguesa hacia Brasil el 29 de noviembre de 1807, la víspera de la llegada de Junot a Lisboa. Era el inicio de lo que en Portugal se conoce, al igual que en el Reino Unido, como “guerra peninsular” y en España, como “guerra de la independencia”.
Los británicos acudieron en ayuda de Portugal, en virtud de un tratado secreto firmado entre Londres y Lisboa en respuesta al tratado hispano-francés, con el desembarco de 30.000 hombres en Buarcos, en agosto de 1808. El desembarco y el surgimiento de revueltas populares provocaron que las tropas francesas tuvieran que retirarse de suelo portugués, como quedó ratificado en la Convención de Sintra de 30 de agosto de 1808.
Pero Portugal sufrió una segunda invasión francesa cuando Napoleón decidió acudir a España a finales de 1808 ante la situación nada favorable para sus intereses. Será el mariscal Soult el encargado de entrar en Portugal a principios de 1809. La ciudad de Oporto es ocupada. Pero los británicos estaban firmemente asentados en tierras portuguesas: Beresford fue nombrado mariscal del ejército portugués y el duque de Wellington consiguió la retirada de los franceses.
La tercera invasión francesa tuvo lugar en 1810. Massena invadió Portugal. La respuesta fue la firma de un nuevo tratado luso-británico que tuvo repercusiones al terminar la guerra, ya que incluía una serie de concesiones económicas para los británicos. Las tropas francesas consiguieron rebasar las líneas fortificadas de Torres Vedras. Pero las derrotas de Albuera y de los Arapiles marcaron el inicio del final de la guerra en la península Ibérica.
En los años de la guerra el gobierno de Portugal estuvo en manos de los británicos. Por otro lado, las ideas liberales comenzaron a tener una evidente fuerza, provocando la reacción de las autoridades, como la famosa Septembrizada, una acción desarrollada en la noche del 10 al 11 de septiembre de 1810, en la que fueron detenidas y deportadas las principales personalidades liberales portuguesas.
Al terminar la guerra, Portugal quedó convertido, en el concierto internacional diseñado en el Congreso de Viena, en una potencia de segundo orden. El país estaba arruinado. El antaño próspero comercio con Brasil, fundamental para la economía portuguesa, quedó seriamente dañado no tanto por la contienda contra los franceses, como por el poder británico, como se puso de manifiesto en la apertura de los puertos coloniales a los “países amigos” en 1808 y, sobre todo, por el tratado anglo-luso de 1810, anteriormente aludido y que daba importantes beneficios económicos al todopoderoso aliado. En ese momento, Portugal quedó sometido a la economía británica.
En 1815, Brasil fue elevado a rango de reino y la familia real decidió permanecer en América. En Portugal creció un acusado sentimiento de frustración. En 1816 murió la reina María I y subió al trono Juan VI. En ese clima creció el descontento de la población y se produjeron varias conspiraciones de signo liberal aunque fracasadas y que terminaron con encarcelamientos y ejecuciones, como la más importante protagonizada por el general Gomes Freire de Andrade.