Las posiciones fijas y el triunfo de las trincheras en el frente occidental (1915)
Se iniciaba un nuevo año en la Gran Guerra, es decir, 1915, en el que, ante la imposibilidad de romper las líneas enemigas, hubo que cambiar la estrategia hacia un concepto de guerra de posiciones, especialmente en el frente occidental. Eso no fue obstáculo para que se intentara tanto en este año como en el siguiente, emprender la que se consideraba siempre la “batalla definitiva”, que rompería el frente y derrotaría al enemigo. Pero lo único que consiguieron esas batallas era avances irrisorios cuando no retrocesos y, sobre todo, la pérdida de miles de vidas humanas en breves espacios de tiempo.
Este fue el inicio del reino de las trincheras, de una intrincada red de las mismas, y de los alambres de púas, en un frente como el francés, mucho más pequeño que el oriental. Las trincheras eran zanjas defensivas, que permiten refugiarse y disparar contra el enemigo que avanza a campo descubierto.
Las trincheras fueron el insalubre hogar de cientos de miles de soldados hasta el final de la contienda, un lugar que se inundaba con las lluvias, donde el frío invernal y el calor estival eran insoportables, y donde se sufría el conocido como “pie de trinchera”. Se trataba de una enfermedad relacionada con las trincheras anegadas de agua. Al estar los pies en las botas en trincheras encharcadas y sin mucho movimiento y a bajas temperaturas, se producían heridas e infecciones, que podían llevar a la gangrena si no se atendían a tiempo. Pero, además, la carencia de higiene y de un adecuado saneamiento provocaban otras enfermedades infecciones. Así pues, en el frente se podía morir por un tiro de fusil o ametralladora, por la bala de un obús, o por una infección.
Además, en 1915 aparecieron los gases venenosos o tóxicos. Eran de varios tipos: lacrimógenos, el gas mostaza, que era incapacitante, el gas cloro, o el fosgeno, letal. En todo caso, los gases empleados no fueron una de las causas fundamentales de muerte en el combate, pero sí generaron un porcentaje muy alto de bajas no letales.
En realidad, ya en agosto de 1914 se empleó el gas lacrimógeno por parte de los franceses, siendo respondidos por los alemanes. Pero fue el año 1915 el clave en el empleo de estas armas químicas. Precisamente, en enero Alemania los empleó en la Batalla de Bolimov en el frente oriental, pero con nulo resultado porque se congeló.
Fueron en las dos Batallas de Ypres, en abril, donde se emplearon a fondo los gases tóxicos con cloro por parte de los alemanes. Los británicos se indignaron, pero con el tiempo, también emplearon los gases y con gran profusión. El problema del cloro es que es muy volátil y dependía del viento, por lo que en caso de no haberlo se quedaba en tierra de nadie, o si cambiaba de sentido podía volver y atacaba a los atacantes.
Las deficiencias del cloro fueron superadas por el fosgeno, iniciado por los franceses, y luego por los alemanes que lo añadieron al cloro para hacerlo más tóxico. El fosgeno, como indicamos, era muy letal, más que el cloro, pero también tenía un problema desde el punto de vista militar. No desarrollaba su veneno en el soldado hasta veinticuatro horas después de haber estado expuesto al mismo.
Por fin, en 1917 aparecería el terrible gas mostaza que, aunque solamente era letal en grandes cantidades, lo que se pretendía con su empleo era acosar al enemigo y contaminar el campo de batalla.
Como hemos indicado, en el frente occidental, en las inmediaciones de la localidad de Ypres tuvieron lugar distintas batallas que, además, destruyeron esta bella ciudad. En mayo tuvo lugar la segunda Batalla de Artois, que comenzó a raíz de un avance franco-británico, provocando una matanza terrible en los dos bandos. La Batalla se detuvo en junio ante la imposibilidad de avances sustanciales.
En el frente occidental no hubo más combates significativos hasta el otoño en Artois y Champaña, que permitieron un tímido avance de la Entente a costa de una nueva sangría.