Una diatriba socialista contra la caridad en 1910
“Bienaventurados sean los rebeldes, porque ellos alcanzarán la felicidad humana”
El socialismo siempre ha contrapuesto la justicia y la igualdad a la caridad. Pues bien, exponemos en este artículo la opinión, al respecto, de un destacado socialista, Tomás Álvarez Angulo, en enero de 1910, además de atacar la beneficencia de su época.
Álvarez Angulo fue un madrileño y periodista, funcionario de correos, empresario cinematográfico y teatral, intenso colaborador en las publicaciones socialistas, llegando a ser fundador con Meliá de Vida Socialista, de donde hemos sacado su opinión, activo socialista, y que llegó a ser diputado por Jaén.
Caridad significaba “benevolencia, lástima, superioridad de la persona que la practica”; así de categórico era Álvarez Angulo nada más comenzar su artículo. Algunos confundían la caridad con el amor a los semejantes, pero dar algo por caridad no sería lo mismo que subsanar un mal social por deber.
La caridad, por lo tanto, rebajaba la dignidad humana. La verdadera felicidad estribaría en el amor recíproco, que iguala, pero no en la caridad porque ésta dividía. Los católicos fiaban todo a la caridad. Por la misma los pobres se remediaban y podían vivir, y los pobres dependían de la caridad de los ricos. En cambio, para los socialistas los ricos dependían de la mansedumbre de los pobres. La caridad contribuía a que perdurase la miseria.
Decía nuestro periodista que la caridad dividía, ¿por qué?, pues porque los ricos defendían la idea de que la humanidad debía estar dividida en dos clases.
La caridad también intenta aquietar conciencias, que es como interpretamos a Álvarez Angulo cuando afirmaba que era la venda con la que los ricos querían tapar los ojos a su conciencia. Pero los “de abajo” trataban de purificar el ambiente y dignificar la conciencia arrancando dicha venda.
La caridad iba de la mano de la vanidad y la soberbia. Al ejercer la caridad el poderoso se sentiría orgulloso de si mismo por creer que había realizado un bien, aunque para ello no se hubiera sacrificado. ¿Y la soberbia? Aparecería en el momento en el que la persona sobre la que se iba a hacer una obra caritativa no la aceptaba, le parecería poco o indigna. Entonces era tachado de soberbio, de orgulloso.
El objetivo de la caridad no era el bien del prójimo. Para unos sería cumplir una obligación dogmática, y que les permitiría ir al cielo. Para otros, en cambio se hacía para quitarse estorbos. Al Estado le importaba muy poco la vida, y se procuraba ocultar a los miserables a través de los asilos, calificados por Angulo como cloacas donde iban los que no se podían exterminar, así de duro se expresaba. Pero, además, los asilos podían ser objeto de negocio, tanto para sus administradores, como para los abastecedores de los mismos, es decir, aún de los más desfavorecidos se hacía un medio de explotación.
A los mendigos no se les enviaba a los asilos para que se alimentasen y encontrasen dignidad. Prueba de ello era que la mayoría prefería continuar en su vida nómada antes de vivir encerrados en verdaderas cuadras.
Los asilos eran como cárceles, pero empeoradas porque eran para personas que no había cometido delitos. Encerrarlos en los mismos era como condenarlos a muerte por alguna enfermedad. Los viejos y los huérfanos vivían entre el despotismo de sus guardianes y la suciedad de los celadores.
Angulo reconocía que los establecimientos de la Iglesia eran mejores que los públicos, es decir, no eran tan severos y desordenados, pero tampoco eran como se intentaban vender. Habría más cuidado, ciertamente, pero también más hipocresía. Las miserias de la vida no se remediarían con la caridad; por el contrario, la misma hacía que el mal se perpetuara. La caridad ofendería la dignidad humana. El que practicaba la caridad contribuía al mal del prójimo. Los seres humanos no podían ni debían esperar de la caridad lo que debía ser producto de la justicia social.
Hemos consultado el número del 30 de enero de 1910 de Vida Socialista.
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