Besteiro sobre los universitarios y el liderazgo en el socialismo hacia 1930
Como es sabido, Oswald Mosley fue un aristócrata, diputado conservador al finalizar la Gran Guerra, el más joven parlamentario en ese momento, comenzando una carrera en la línea de lo que hacían muchos miembros de la aristocracia británica en el seno de los tories. Además de su juventud, Mosley fue un activo diputado, un buen orador, y se ganó su propia fama en los Comunes.
Pero entró en crisis dentro de su partido porque no estaba de acuerdo con la política que se estaba llevando en Irlanda, por lo que comenzó a actuar como diputado independiente. Hacia 1924 se fue acercando a unos laboristas en claro ascenso, y que, precisamente en ese año accedieron por vez primera al Gobierno. Mosley ingresó en el Partido Laborista Independiente. Cuando cayó el Gobierno laborista tuvo problemas para revalidar su escaño, pero pudo regresar a la Cámara en 1926, siguiendo en el seno del laborismo. Pero Mosley quedó fascinado por el fascismo italiano hacia 1932, cuando fundó la Unión Británica de Fascistas, convirtiéndose en el fascista más importante y duradero en la Historia del Reino Unido. Ya se había ido desligando del laborismo desde 1930.
Pues bien, cuando dimitió en el laborismo Julián Besteiro escribió en la primavera de 1930 un artículo en Renovación más que sobre este hecho en sí y la figura del británico, sobre el fenómeno que se estaba dando en los años veinte, y al que nos hemos acercado en El Obrero, sobre la llegada de aristócratas al socialismo, y sobre la diferencia entre líder y caudillo en relación con el socialismo, precisamente a propósito de las críticas que Mosley estaba recibiendo en el propio seno del laborismo británico. Creemos que las reflexiones de Besteiro tienen un gran interés, que trasciende, además, el momento histórico en el que se produjeron.
Besteiro opinaba que tanto el PSOE como la UGT se habían convertido en dos polos de atracción para la juventud universitaria, es decir, para jóvenes no obreros, un fenómeno en ascenso en la época, ya que, de medios liberales, conservadores y hasta aristocráticos estaban llegando a los partidos socialistas esos jóvenes formados en la Universidad. Esto generaba un doble problema. Por un lado, ¿qué esperaban esos jóvenes de las organizaciones obreras?, pero, además, ¿qué esperaban las organizaciones obreras de esos nuevos elementos? La figura de Mosley le servía al intelectual socialista español para intentar ofrecer algunas respuestas.
La dimisión de Mosley del Gobierno británico (recordemos que en 1929 los laboristas regresaron al Gobierno) le había convertido en una personalidad muy conocida en el mundo, aunque ya antes era muy conocido y relevante. Se valoraba mucho en Mosley su brillantez, actividad, impetuosidad, sus dotes de luchador en las contiendas electorales, y que se había ganado un prestigio al renunciar a su origen político y social conservadores para entrar en el laborismo. Había roto con su clase, en afirmación de Besteiro, y dada su relevancia, había generado el odio de los tories.
Pero, justo en el momento de mayor relieve en el seno del laborismo es cuando surgían los primeros reparos en el seno del propio partido laborista. Así, Harold Lasky en el Daily Herald le dedicó una “fina crítica”, porque era cierto que sabía arrebatar a la multitud, pero no sabía rodearse de un grupo de verdaderos colaboradores. Era un caudillo, pero no un líder. Tenía la virtud del ímpetu, de la pasión, de la acción rápida y sugestiva, pero no de la acción perseverante y hasta callada, que era la que llevaba al triunfo. Era vehemente e impaciente, pero carecía de la virtud para esperar trabajando, condición para el éxito.
Besteiro no entraba en si era así o no lo que decía Laski, pero le servía para advertir a los jóvenes socialistas (recordemos que escribía en una publicación de las Juventudes Socialistas) y que llegaban desde la Universidad, es decir, no del medio obrero. Esos jóvenes universitarios se habían formado y con una preparación que venía muy bien al socialismo, pero les faltaba algo preciso, y que si no se tenía había que alcanzarlo a costa de fracasos personales. Aprender de la experiencia de esos fracasos personales era la mejor manera de percibir algo fundamental si se trabajaba en el socialismo, y que no era otra cosa que la cooperación social. Así pues, liderazgo sí, caudillismo no. Y, como bien sabemos de la experiencia histórica posterior, Mosley terminó siendo un caudillo fascista.
Sobre Mosley y el fascismo británico hemos publicado un trabajo en El Obrero, y la fuente de la opinión de Besteiro ha sido el número 6668 de El Socialista, del 22 de junio de 1930.
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