Reflexiones sobre la violencia
La presencia de la violencia en la política, en la sociedad, en nuestro mundo es constante, lamentablemente.
En primer lugar, intentemos definir qué es violencia. Se trataría de la coacción física o moral ejercida sobre una persona o grupo de personas, mediante una fuerza desproporcionada y que intimida con el fin de doblegar su voluntad y/o inspirar temor relacionado con la propia persona, los bienes propios o seres allegados, y para obligar a seguir una conducta determinada. La OMS nos ofrece otra definición. Este organismo internacional expone que la violencia es el uso intencional de la fuerza física o el poder hacia otra persona, grupo o comunidades y que trae como consecuencias lesiones físicas, daños psicológicos, alteraciones del desarrollo, abandono y hasta la propia muerte.
La violencia ha sido una constante en la Historia y no hace falta que apuntemos ejemplos. El marxismo ha interpretado la violencia en su análisis del capitalismo. Las relaciones entre los propietarios de los medios de producción y el proletariado tendrían una naturaleza o raíz coercitiva, que sería el origen de la violencia en la sociedad. Así pues, la violencia se relacionaría con el control social y con la violencia subliminal que ejercerían el poder y las clases dominantes. Es la represión, y que se manifiesta de diversas maneras: el uso de la violencia física, la eliminación de los disidentes o contestatarios, el dirigismo de conductas privadas o públicas y hasta la imposición de una cultura y/o moral oficiales. Esta visión de la violencia chocaría con la que se tendría desde el conservadurismo, siempre preocupado por el orden contra la violencia que se desataría en la protesta social. En este sentido, parece muy interesante aplicar las dos visiones distintas sobre la violencia en la Historia contemporánea de España. La derecha española siempre ha acusado al movimiento obrero y a la izquierda de fomentar la violencia y el desorden, con la quema de Iglesias y el terrorismo de signo anarquista y de otro signo. Pero, por otro lado, pensemos en la violencia que se ejercería con la represión del movimiento obrero o con la situación de miseria impuesta a amplios sectores obreros y entre los jornaleros del campo. ¿Y la violencia ejercida por la dictadura franquista durante tantas décadas?, ¿cuál sería, pues, el origen o naturaleza de la violencia? Trasladándonos a nuestro presente: ¿son violentos los escraches, las manifestaciones, la presión en la calle, o los desahucios, el paro, la elevación de las tasas universitarias en nuestro pasado reciente, las cargas contra los inmigrantes en las vallas de nuestras fronteras, la penalización por manifestarse en la época de la última administración popular, etc..?
Pero la violencia tiene otras facetas presentes también en nuestra vida. La principal de todas ellas es la violencia de género, la que ejerce el hombre contra la mujer como un instrumento de dominación, discriminación, desigualdad y supremacía del varón. La violencia de género incluye las agresiones físicas, sexuales y psicológicas, así como las coacciones, y la privación de la libertad personal. De forma parecida, nos parece violencia también la negación de esta violencia de género, la que propugna alguna fuerza política extrema en la derecha. La homofobia creciente es otro ejemplo de violencia contra los que sienten otras sexualidades, justo cuando se avanza en el reconocimiento de sus derechos. Por otro lado, tenemos la violencia en el puesto de trabajo y la violencia en el seno del ámbito escolar o infantil y juvenil.
Todos estos tipos de violencias tienen que ver con graves problemas o carencias en la educación de valores de la sociedad y con el arraigo de comportamientos de dominación de épocas pasadas, pero que también obedecen a factores más modernos o con la sempiterna desigualdad, que está creciendo. La erradicación de la violencia, en relación con métodos preventivos y pedagógicos, debe ser una prioridad de nuestras administraciones, que, por otro lado, no pueden ni deben sobrepasar nunca los límites del uso legítimo de la fuerza cuando sea imprescindible la inevitable función represora.