Los problemas del debate político

Política

Como es sabido, un debate es una discusión, disputa o controversia. Supone exponer y rebatir con argumentos ideas políticas, religiosas, sociales, económicas, filosóficas, etc.. En nuestro país se conjugan dos grandes factores que nos pueden ayudar a explicar la carencia de un debate político de calidad. De esos problemas trata este artículo.

 

El peso, como una losa de granito, del franquismo sepultó una edad que sin ser de oro, por no mitificar, sí fue de plata, como en la cultura, en lo que se refiere a los debates políticos, y que nació con la crisis de la Restauración, llegando a la Segunda República, a pesar de que algunos de los debates terminaran o fueran sustituidos por la violencia. Así pues, existe un largo lapso de tiempo entre un pasado de debates y nuestra época, aspecto que debe tenerse en cuenta porque supuso la destrucción de una tradición que sí tienen otros países occidentales. Pero, además, el franquismo nos legó una herencia que afecta en otro sentido a los debates. Nos referimos a la inveterada costumbre de descalificar al contrincante político en vez de entrar en el análisis de sus ideas para plantear alternativas y enzarzarse en fructíferas polémicas. Ejemplos hay a cientos en la arena política española y, aunque suele ser más común en el seno de la derecha política y mediática, la izquierda no se ve libre de este peligro tampoco. Llevamos unos años viviendo una larga etapa negra en lo relativo al debate político en este país, especialmente desde que Zapatero llegó al poder con una derecha desatada que intentó ningunear al presidente, precisamente porque fue un adalid de las buenas formas, la cortesía y del talante democrático, pasan por la época de las descalificaciones hacia los movimientos políticos y sociales que nacieron en el 15-M y que desembocaron en el surgimiento de Podemos y las Mareas, y llegan a hoy con el gobierno de coalición, denominado en ciertos círculos de escasa profundidad analítica como “social-comunista” y hasta bolivariano, y con la irrupción, como un vendaval, de un discurso sembrado de inquina y negacionismo, protagonizado por el populismo de extrema derecha.

Argumentos de derechas y de izquierdas existen tanto para criticar a las administraciones de todos los colores, pero parece que eso exige un esfuerzo intelectual inmenso y, sobre todo, la pobreza o simpleza de los discursos esconde miserias propias y la falta de un claro espíritu democrático.

El segundo gran factor que empobrece el debate político en este país tiene que ver con los medios de comunicación. Los debates no son iguales si se desarrollan en las instituciones legislativas que en los medios. Su poder es tal que, en realidad, están eclipsando el espacio público e institucional. Pero en este escenario estamos viendo debates muy pobres. En primer lugar, asistimos al triunfo de cierto maniqueísmo, y una esquematización y simplificación de los mensajes políticos, rozando o entrando de lleno en el populismo y la demagogia, dos cánceres de la democracia. Prima el espectáculo sobre el rigor y la profundidad de los discursos y argumentos. Se pretende que el espectador asista a una confrontación donde se destaque lo emocional frente al sereno contraste de opiniones y planteamientos. Muchas tertulias radiofónicas y debates televisivos no contribuyen, precisamente, a enriquecer nuestro conocimiento de los problemas políticos ni de las propuestas de partidos y organizaciones para solventarlos o, al menos, abordarlos. La pregunta sería, ¿las características de los medios de comunicación conducen a este empobrecimiento o es la forma de abordar la cuestión por los responsables de los mismos la causante de lo que aquí exponemos? Nos inclinamos hacia lo segundo.

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