La actividad como característica socialista, según Pablo Iglesias (1922)
Seguimos investigando qué ha significado ser socialista en la Historia, con especial atención para el caso español. En esta nueva entrega acudimos a Pablo Iglesias que, en muchas ocasiones, realizó definiciones sobre el socialismo y qué era o significaba ser socialista con su habitual claridad y contundencia. En este sentido, en junio de 1922 sacó una columna destacada en El Socialista con el significativo título de “¡Actividad!”
Así era, el viejo líder socialista asociaba el socialismo con la actividad, no con la pasividad, porque un socialista tenía una enorme cantidad de obligaciones. ¿Cuáles?
En primer lugar, un socialista debía estudiar cuanto pudiese. Además, tenía la obligación de propagar las ideas entre sus compañeros de trabajo, amigos y conocidos. En tercer lugar, estaban las obligaciones que podríamos denominar como orgánicas o internas, como era asistir a las asambleas de su Agrupación, desempeñar los cargos para los que hubiera sido elegido por sus compañeros, participar en el Sindicato o Sociedad Obrera de su profesión, procurad compradores o abonados a El Socialista, participar en las luchas electorales, no perder ocasión para formar conciencia de clase, y enseñar en las luchas obreras.
Para la época concreta en la que escribía Pablo Iglesias, un socialista tenía las siguientes actividades que realizar:
-crear un fuerte ambiente contra la guerra en general, y para que cesase la de Marruecos.
-luchar por el mantenimiento de la jornada de las ocho horas.
-luchar por el abaratamiento de las subsistencias.
-luchar por el establecimiento del control obrero en todos los ramos productivos.
-combatir el caciquismo.
Era evidente, como afirmaba Iglesias, que para todo esto se necesitaba una “potente voluntad, una actividad prodigiosa”.
Pero el socialista tenía fuertes estímulos para emprender sus obligaciones: la grandeza de la causa, y “la extraordinaria belleza que encierran sus principios”. Pero había más trabajo: luchar por la paz en el mundo, extinguir la miseria, borrar la ignorancia, apreciar el valor de la ciencia y disfrutar las bellezas del arte, acabar con la plaga de la prostitución, y crear una “espléndida civilización donde todos miren por todos y no se luche por acapar individualmente la riqueza”, sino para aumentarla con el fin de acrecentar el bienestar de todos.
Había que aprovechar todos los días, todas las horas, todos los momentos para difundir las ideas del socialismo, para extender y vigorizar la organización (no olvidemos nunca el carácter casi “sagrado” de la organización para Iglesias, y para el socialismo, en general), y para dar un sentido de realidad a los desheredados, es decir, para abrir y formar conciencia de clase. Un verdadero socialista no podía quedarse en casa, ni ser indiferente ante las vejaciones que generaba el capitalismo, ni desentenderse ante las dificultades que ofrecía la lucha de la explotación del hombre por el hombre.
Pablo Iglesias desarrolló una evidente coherencia entre lo que defendía y lo que hizo en la práctica porque hay constantes referencias de que, a pesar de su frágil salud, no descansó ni un minuto de su vida.
Hemos consultado el número 4165 de El Socialista, de 17 de junio de 1922.