Irlanda en el siglo XIX
El panorama general en Irlanda al comenzar el siglo XIX era el siguiente: fin de su autonomía, ya que desde el comienzo del siglo estaba unida a Gran Bretaña, perdiendo su parlamento, con una Iglesia Anglicana como la única oficial a la que los católicos irlandeses debían sostener pagando una especie de diezmo, una estructura de la propiedad de la tierra favorable a la aristocracia inglesa, y el norte (Ulster) con una fuerte presencia de colonos británicos y protestantes.
El nacionalismo tuvo en Irlanda un intensísimo desarrollo. Partía de una larga memoria histórica de agravios hacia los ingleses, con hitos sobresalientes como la dureza que los irlandeses tuvieron que sufrir en tiempos de Cromwell. Parte fundamental de este nacionalismo tenía un evidente factor religioso, con la defensa a ultranza de la religión católica frente al anglicanismo, aunque en el siglo XIX hubiera destacados nacionalistas irlandeses de confesión protestante. También conviene resaltar la defensa de la lengua propia, el gaélico.
En los años veinte del siglo XIX surgió la figura de Daniel O’Connell, un abogado católico que decidió adoptar un procedimiento novedoso en el conflicto con Londres: intentar que los irlandeses aprovechasen los beneficios del sistema parlamentario, con el objetivo de obtener la supresión de la Unión. Elegido diputado en 1828, obtuvo la emancipación de los católicos en 1829, y en 1840 lanzó una campaña a favor de la supresión de la Unión, fracasando por la intransigencia británica y porque O’Connell no se decidió ir más allá, ya que rechazaba profundamente el empleo de la violencia. Sus discípulos fundaron la “Joven Irlanda”. La crisis económica de 1845 afectó, indudablemente, al desarrollo de esta organización. Esta durísima crisis es uno de los factores claves para entender la fuerte presencia inmigrante irlandesa en los Estados Unidos.
En el año 1857 y en París se fundó la sociedad republicana de los Fenier. Sus integrantes, los fenios luchaban por la independencia de Irlanda. Diez años después estalló un levantamiento que obligó a Londres a ceder en la cuestión de la Iglesia Anglicana. Esa fue una buena noticia para los campesinos, pero Irlanda no se vio libre de graves problemas sociales por las periódicas crisis agrícolas que padeció, agravadas porque el país no tenía ningún desarrollo industrial por decisión inglesa.
A partir de 1870 comenzó a ser perceptible la influencia del Partido Parlamentario Irlandés gracias al liderazgo de Isaac Butt, aunque la gran figura política irlandesa del último tercio del siglo XIX fue la de su sucesor, Charles Parnell, abogado y terrateniente protestante nacido en Irlanda. Su papel en Westminster fue determinante para que Gladstone concibiese la cuestión irlandesa desde otra perspectiva, aceptando el Home Rule, es decir, el gobierno autónomo, a pesar de la impopularidad de esta autonomía entre la clase política y la opinión pública británicas. Gladstone fue, sin lugar a dudas, el político británico del siglo XIX más favorable o comprensivo hacia la realidad irlandesa. Antes de plantearse el Home Rule, comenzó por una vía más moderada de reformas para reducir el poder de la Iglesia Anglicana, tema tan sensible para los católicos irlandeses, junto con otras de contenido agrario. La más importante fue la conocida como ley de las tres F: renta honesta, protección del arrendamiento e indemnización del arrendatario saliente. Pero los irlandeses consideraban estos cambios como insuficientes. Se produjeron varios atentados y en Dublín se llegó a reunir una Convención Nacional. Estos hechos llevaron a Parnell a prisión. Pero Gladstone era consciente que debía llegar a algún acuerdo con el político irlandés. Fruto de esas conversaciones es el conocido como Pacto de Kilmaiham, que anulaba las deudas de más de cien mil campesinos irlandeses, indemnizando a los propietarios a cuenta del Tesoro. Parnell salió de prisión.
Salisbury, destacado líder de los conservadores, intentó otra vía para solucionar el conflicto, a través de la posibilidad de otorgar a Irlanda un estatuto similar al de Canadá, con parlamento y gobierno propios. Pero era un tema muy espinoso para los propios conservadores, por lo que Salisbury optó por negociar en secreto. Pero dichas negociaciones salieron a la luz pública. El Partido Conservador no podía presentarse como el defensor de la autonomía irlandesa y dio marcha atrás de forma contundente. La conflictividad en Irlanda siguió acrecentándose. Desde Londres se optó por tratar el problema simplemente como una cuestión de orden público.
Gladstone decidió, en consecuencia y de forma valiente, que había que optar por el Home Rule, por lo que preparó el proyecto de ley de autonomía en 1886, que el Parlamento británico rechazó. El primer ministro británico defendía que no se trataba de la independencia de Irlanda, ni de crear un parlamento independiente ni una constitución federal, sino de terminar con lo que en aquella época se denominaba el problema irlandés a través de la creación de un cuerpo legislativo con sede en Dublín, que tuviera la misión de elaborar las leyes de Irlanda y hacerse cargo de la administración del país, distinguiendo los asuntos propiamente irlandeses de los que permaneciesen como cuestiones del imperio. Pero el proyecto hizo caer a los liberales del poder, afectando gravemente al Partido. Gladstone presentó un segundo proyecto en 1893 con igual falta de éxito. El norte unionista irlandés se resistía a aceptar el Home Rule.
Es importante que nos detengamos en analizar los argumentos de los enemigos del Home Rule, comenzando por los unionistas y lealistas. En principio, el nacionalismo irlandés no los tuvo muy en cuenta, considerando que su oposición no provocaría violencia alguna, a pesar de las amenazas, al respecto. En el norte de Irlanda se temía que de establecerse el Home Rule con un parlamento en Dublín, estaría dominado por los católicos. Poco importaba que Parnell y los principales líderes del Partido Parlamentario Irlandés fueran protestantes. No se podía permitir ningún avance en un sentido autónomo porque podría llevar a la independencia de una Irlanda que terminaría regida por los católicos.
Por otro lado, un sector importante del Partido Conservador británico temía que el Home Rule fuera una cuña nacionalista radical y que, una vez establecido el parlamento dublinés, los irlandeses intentaran ampliar sus poderes, provocando la ruptura del Imperio británico.