El socialismo y la importancia de los derechos del niño en Dionisio Correas
La lucha para conseguir una codificación internacional de los derechos de los niños fue ardua. La primera declaración de los derechos del niño fue la denominada Declaración de Ginebra del 26 de diciembre de 1924, redactada por la británica Eglantyne Jebb, fundadora de Save the Children.
Como es sabido, en 1948 las Naciones Unidas aprobaron la Declaración de los Derechos Humanos, que incluía los derechos de los niños, pero era evidente que los niños y las niñas tenían y tienen necesidades propias y sus derechos debían ser enunciados específicamente. Así pues, en 1959 la organización internacional aprobó la Declaración de los Derechos del Niño.
En 1975 tuvo lugar el Año Internacional del Niño, y se planteó la necesidad de que se formulara una actualizada declaración de los derechos de los niños. Ese proceso desembocaría en la Convención de los Derechos del Niño, del año 1989, además de la aprobación de dos protocolos facultativos que desarrollan la misma, actualizados en 2000.
Pues bien, queremos recordar cómo el pedagogo socialista español desarrolló una intensa preocupación por los derechos de los niños, en el contexto de la preocupación socialista por los mismos.
En 1926 se celebró el Congreso Internacional de Protección a la Infancia, en el que tanto médicos como maestros habían pedido al Estado Español un mayor celo en la defensa del niño. Al parecer, según Correas se había censurado la falta de escuelas, el anticuado funcionamiento de los asilos infantiles (se refería a los hospicios) donde los niños eran considerados casi como reclusos, la falta de escuelas de Puericultura y, en general, la desatención y olvido que padecía los intereses de los niños.
Correas hablaba de la elevada mortalidad infantil española por el desconocimiento de las madres en relación con la crianza, un grave problema que podría subsanarse difundiendo los conocimientos de Puericultura, algo que no se conseguiría con una sola escuela, sino creando muchas más, y formadas con personal competente y vocacional.
En los hospicios se recluían cientos de niños a los que se les imponía una rígida disciplina con el fin de corregir defectos, pero que cuya causa estaba, precisamente en estos propios establecimientos, en el hacinamiento que padecían. La alternativa pasaba por la creación de “hogares” al modo belga, ejemplo de atención hacia los niños huérfanos o abandonados.
Pero, Correas afirmaba que todas estas reformas de protección de los niños solamente eran medidas parciales.
El maestro planteaba que había que defender la vida íntegra del niño en todas sus dimensiones, y eso, como veremos, tenía muchas implicaciones más allá de la propia infancia. En primer lugar, estaba la cuestión de la insalubridad de las viviendas, causa fundamental de la mortalidad infantil, por lo que el Estado debía hacer un esfuerzo legislador.
Era una cuestión de bienestar, de alcanzar un grado de bienestar para que las familias pudieran criar a sus hijos “sanos, fuertes, limpios, alegres, cultivados física y espiritualmente”, porque el deber del Estado no podía quedarse en remediar los problemas de los establecimientos de beneficencia, porque del Estado también dependían los niños que vivían con sus familias. En conclusión, todo pasaba más que por las necesarias soluciones en relación con la crianza de los niños pequeños y la atención a los desvalidos, por un cambio más profundo que permitiera alcanzar el bienestar a las familias españolas.
Unos años después, en 1929 regresó a la cuestión para recordarnos que el siglo XX estaba llamado a hacer efectivos los derechos del niño, y que de ello se encargaría el socialismo.
Correas nos recordaba que en los programas de todos los partidos socialistas y en los congresos obreros figuraba como una cuestión preeminente la protección infantil, no derivada de la ternura hacia los niños, sino como el cumplimiento de un deber y reconocimiento de un derecho.
El pedagogo hacia notar al lector que la legislación de los países reconocía la vida de todos los niños, pero no se garantizaba porque no se les aseguraba la alimentación, el aire puro, la limpieza, la alegría ni la educación. Los niños eran los pacientes e inconscientes testigos de la lucha social, padeciendo hambre en las épocas de crisis de trabajo, alimentación escasa y poco nutritiva cuando había menos crisis, y vivían en lóbregas viviendas sin ventilación ni comodidades, y sin la limpieza necesaria. La alegría en esos ambientes era, lógicamente, inexistente.
Pero, además, faltaban dos derechos que ningún país había establecido. Faltaba el respeto a que el niño vivieran plenamente su propia vida y a que no se le deformase su personalidad en formación con prejuicios de todo orden, que los adultos intentaban inculcarle, y que podemos interpretar ya como una cuestión que luego se plantearía, la de que los niños no eran propiedad de los adultos y de su interés en inculcarles sus ideas, confesiones, etc., y que, como bien sabemos, genera hoy en día no poca polémica.
Hemos trabajado con los números 5363 y 6332 de El Socialista.
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