Los socialistas españoles y el asesinato del presidente McKinley
El presidente norteamericano William Mckinley, conocido en España por las guerras coloniales del 98, sufrió un atentado el 6 de septiembre de 1901, falleciendo ocho días después. El autor del magnicidio fue el anarquista Leon Czolgsz. El periódico obrero socialista español emitió su opinión unos pocos días después, en la línea tradicional socialista de combatir la violencia. Nos interesa abordar los argumentos del socialismo organizado en un momento de intenso terrorismo practicado por un sector del anarquismo.
Para el periódico la “propaganda por el hecho” había ocasionado otra víctima, un hecho que se condenaba enérgicamente. El homicidio político era siempre reprobable, aunque se admitía cierta disculpa si se cometía contra un “feroz tirano”, para librar a la humanidad de un monstruo, pero ese no parecía el caso, aunque tampoco se admitía en casos anteriores. No lo era porque se trataba del presidente de un estado democrático por muchos defectos de tipo económico que tuviera. Se trataba de un país con libertades y de acogida, además. No se podía justificar el asesinato por mucho que la “plutocracia” norteamericana, y que personificaba McKinley, se hubiera convertido en expoliadora de pueblos y razas.
No se había asesinado a un tirano, sino a un representante de la burguesía, eso sí rapaz y feroz, y que buscaba nuevos mercados empleando la violencia, en una alusión implícita, seguramente, al inicio de un intenso imperialismo ya con la presidencia del presidente asesinado, como bien sabían y saben los españoles.
Los socialistas se preguntaban si con asesinar a ese representante de la clase burguesa, y de la evolución del capitalismo se había adelantado algo la revolución, es decir, la llegada del triunfo del proletariado. Pero se hacían más preguntas en relación a que si los atentados contra Alejandro de Rusia, Carnot, la emperatriz Sissi, y el rey italiano Humberto habían acelerado el proceso de conquista del poder por parte de los trabajadores. La respuesta era evidente.
Eliminar a los hombres que en el poder representaban a la burguesía no era, en consecuencia, una estrategia válida. No había que ir contra los hombres, porque, además, eran reemplazados inmediatamente, además de estimular la represión con nuevas medidas y leyes coercitivas. El enemigo era el capitalismo, y contra él solamente valía el valor del obrero organizado.
Así pues, los socialistas condenaban el asesinato político por dos razones, por ser antihumano, y porque era contraproducente y nocivo para la revolución.
Pero, además, la sección “La Semana Burguesa” dedicó parte de sus comentarios al magnicidio en la misma línea crítica contra la “propaganda por el hecho”, calificando al autor del hecho como un desequilibrado, e insistiendo que de nuevo serviría de pretexto a la burguesía para combatir el movimiento obrero. En este sentido, debemos recordar que, al igual que el socialismo español fue intensamente crítico con el terrorismo, lo fue en la misma medida contra toda ley especial, antiterrorista, o contra todas las suspensiones de garantías constitucionales como respuesta a dicho fenómeno.
Los asesinatos nunca habían hecho revoluciones. El derramamiento de sangre estaría justificado cuando había lucha, pero no cuando no existía, cuando el “enemigo no está apercibido para la defensa”.
Pero lo que más nos interesa de lo expresado en esta sección era el análisis que se hacía el eco en la prensa española del asesinato del mandatario norteamericano, ya que, al parecer, hubo periódicos que criticaron o menospreciaron al asesinado por ser el presidente que había arrebatado a España las últimas colonias. Pero, en la sección se dejaba claro que esas colonias realmente habían sido arrebatadas por la burguesía norteamericana no por el presidente, ya que necesitaba mercados, como vimos en el artículo de opinión.
Hemos consultado los dos textos en el número 810 de El Socialista, de 13 de septiembre de 1901.