Sobre el concepto de la política y el compromiso: reflexionando desde el verano de 1929
No descubrimos nada si en la actualidad existe un desencanto, en general, sobre la política y los políticos. No vamos a insistir en ello ni pretender aportar nada novedoso al respecto. Queremos, siendo fieles a este método que nos hemos impuesto cuando nos adentramos en la opinión, buscar materiales históricos que nos inviten a reflexionar, que nos sugieran y estimulen.
En este caso, hemos regresado a El Socialista, a mediados del mes de julio de 1929, sobre un editorial donde se trataba del concepto de la política. Esperamos que el lector encuentre alguna utilidad, al respecto. Creemos que algunas ideas pueden serlo.
La política era para los socialistas una de las funciones más nobles, más generosas, pero para el hombre de “conciencia recta”. El hombre que se sentía atraído por esta tarea era porque pensaba en el bienestar de sus semejantes, en resolver problemas. Y ahí radicaba la nobleza de la política, en sentir la inquietud por los problemas de todos.
Quien se dedicaba a la política se sentía ciudadano, en primer lugar, como poseedor de la parte de la soberanía que le correspondía como miembro de la colectividad. Pero ser ciudadano no solamente ofrecía tener derechos, sino que imponía deberes, que habría que cumplir de forma inexorable. El político debía servir con sinceridad a la causa pública, por muchos que fueran los sacrificios que exigiese este servicio.
Esta era la filosofía que vertía el periódico socialista español, que se contraponía a otra concepción de la misma, caracterizada, siempre según el editorial, como mercantilista. La política para los socialistas en 1929 no era un ejercicio profesional, sino algo que tenía que ver con la ciudadanía, como hemos visto, con la democracia, un sistema que solamente podría existir en un régimen de libertades (no olvidemos que este texto es de la época de la Dictadura de Primo de Rivera).
Pero otro problema radicaba en la existencia de los apolíticos porque suponía una gran dificultad para impulsar la conciencia pública en el país. El apoliticismo era asimilado por los socialistas al egoísmo, a la incapacidad de sentir las preocupaciones e inquietudes del interés colectivo. El apoliticismo suponía, en fin, un retraso. Por eso, los países que estaban en la cabeza de la civilización se afanaban en incorporar a la actividad política a todos sus habitantes, procurando que dejaran de ser indiferentes al interés público, es decir, estaríamos hablando del establecimiento de una plena democracia, habida cuenta de la fecha del texto, y quizás podía aludir también a la tradicional fuerza anarquista, aunque esto son interpretaciones nuestras. En todo caso, el socialismo español, desde el establecimiento del sufragio universal, luchó porque la clase obrera participase en la política.
A los socialistas les costaba comprender cómo había personas que vivían sin sentir la inquietud de mejorar las condiciones de la vida colectiva, en un canto evidente al compromiso, seguramente la lección histórica más sugerente, a nuestro entender, porque trasciende el momento en el que se hizo el escrito y podía aplicarse a la actualidad, donde vemos tanto interés mezquino en la cosa pública.
En la vida moderna la política era una función pública que interesaba a todos, y por eso nadie podía dejar de involucrarse en la solución de los problemas que afectaban al desarrollo económico y cultural del país. Algo que podemos suscribir muchos y muchas hoy en día.
En fin, un ejercicio de alabanza de la función política en su acepción más noble, y del compromiso. Quizás, de vez en cuando, conviene traer estas cosas a relucir.
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