La importancia histórica del PSOE. I
La Historia del PSOE es un poco la Historia de la España del último siglo y medio y no como testigo sino como protagonista por su presencia constante en plantear alternativas, en asumir responsabilidades en distintos momentos, así como por mantener la llama del progreso en los momentos de persecución, clandestinidad y exilio. No se puede entender nuestro país sin el concurso de los socialistas y las socialistas, ni tampoco nuestra Comunidad de Madrid, incluyendo sus ciudades y pueblos, sin la impronta dejada por su trabajo cerca de la ciudadanía, como parte integrante de la misma.
El PSOE nació el dos de mayo de 1879 a espaldas de la madrileña Puerta del Sol en una fonda donde se reunieron veinticinco personas, que eligieron al tipógrafo Pablo Iglesias como presidente de la comisión organizadora, liderando la formación hasta su fallecimiento en 1925. Pablo Iglesias representaría una voluntad infatigable de trabajo tanto en el Partido como en el Sindicato y en el periódico El Socialista, pasando a la Historia por una poco frecuente combinación entre el compromiso que nunca desfalleció a pesar de su mala salud, y su esperanza en que la situación de los trabajadores y trabajadoras sería mejor si se organizaban y luchaban con responsabilidad. El manifiesto y el primer programa del Partido reclamaban la emancipación de los trabajadores, la instauración de la propiedad social y la posesión del poder político por parte de la clase obrera. Los socialistas plantearon dos etapas en sus objetivos, una primera de avances a corto y medio plazo en favor de los más humildes, y una a largo plazo, la de la emancipación obrera final.
Por su parte, en 1888 Pablo Iglesias fundaría la UGT en Barcelona.
La Agrupación Socialista Madrileña fue siempre la principal de todas las que se fueron abriendo en España, aunque destacarían también la de Guadalajara, la de Barcelona, y las que se crearon en Euskadi y Asturias, regiones donde el socialismo calaría profundamente desde los inicios. Las Agrupaciones solían tener su sede en las Casas del Pueblo, donde trabajaban las Sociedades Obreras de la UGT. Los socialistas se preocuparon mucho, a pesar de sus dificultades económicas, por poner en marcha una prensa obrera para informar desde una perspectiva distinta a la que planteaban los periódicos considerados como burgueses, y como vehículo de cultura y pedagogía política y sindical. El mencionado El Socialista se fundaría en 1886, pasando por distintas épocas, para conseguir convertirse en diario en 1913.
En todo caso, el Partido Socialista comenzó siendo una organización muy modesta, a la que le costó crecer por las dificultades para aglutinar a los trabajadores y las trabajadoras en un partido obrero en la España de fines del siglo XIX, dada la competencia del republicanismo más progresista de signo federal y, sobre todo, del anarquismo y del anarcosindicalismo, así como del posterior populismo del radicalismo en Cataluña y el blasquismo en Valencia.
El socialismo español se integró en la Segunda Internacional, participando en todos sus Congresos, siendo protagonista con la UGT del establecimiento del Primero de Mayo en España.
El salto del Partido se produjo con un cambio de estrategia, exclusivamente “obrerista” hasta el momento, y como consecuencia de la situación generada por la represión de la Semana Trágica de 1909 y la actitud de los conservadores. La alianza con los republicanos, antes intensamente criticados, posibilitó que el primer socialista, Pablo Iglesias, entrara en el Congreso de los Diputados, aunque el Partido ya contaba con concejales y alcaldes, aprovechando los resquicios que en 1890 se abrieron con el reconocimiento del sufragio universal, a pesar del imperante fraude electoral. En todo caso, el evidente republicanismo socialista fue siempre distinto al defendido por los partidos republicanos, porque el PSOE imprimió a su idea de la República un intenso contenido social y no sólo como un simple cambio de régimen político.
Los socialistas presentaron siempre una clara alternativa a un sistema político que no era realmente democrático, conservando una acusada personalidad propia durante todo el reinado de Alfonso XIII. Se destacaron por su crítica a la Guerra de Marruecos por la sangría constante de vidas de los hijos de las familias obreras y campesinas, por el gasto ingente que generaba, así como porque consideraron que solamente beneficiaba intereses económicos particulares. En ese sentido, ya habían sido casi los únicos en haberse opuesto firmemente a las Guerras de Cuba y Filipinas, especialmente porque a las mismas solamente iban los que no podían pagar la exención del servicio. El socialismo español siempre se puso frente al militarismo, pero también fue intensamente crítico con el patriotismo defendido por el poder por su contenido nacionalista excluyente, porque era explotado por quienes buscaban beneficios económicos particulares y porque solía terminar en aventuras militares que padecía la ciudadanía. En este sentido, además, también se opuso a los nacionalismos sin Estado, es decir, al catalán y al vasco, caracterizados en su visión política como ejercicios de las burguesías periféricas.
En el Congreso de los Diputados los socialistas llevaron las demandas del mundo del trabajo, batallaron por la aprobación de legislaciones laborales y sociales, para ser la voz del sindicato hermano de la UGT entre los escaños. En este sentido, grandes parlamentarios fueron Indalecio Prieto o Andrés Saborit. Por fin, participaron en la crisis de 1917 en la Asamblea de Parlamentarios y en la Huelga General, siendo represaliados sus principales líderes. Con el nuevo siglo comenzaron a crearse agrupaciones o grupos femeninos en el PSOE, pero la participación de las mujeres siempre fue complicada porque no todo el socialismo español entendió la particularidad de la lucha por la emancipación de la mujer además de como obrera. Pero, a pesar de poder compartir parte de la concepción de las otras izquierdas sobre los supuestos peligros del reconocimiento del sufragio femenino por considerar que era un voto dominado por la Iglesia y los sectores más reaccionarios, el PSOE apostó oficialmente por dicho reconocimiento, y así lo plasmó en la decisiva votación que tendría lugar en el futuro debate constitucional de 1931. En la Historia del Partido hubo destacadas socialistas como Amparo Martí, María Cambrils, María de Lluria o Matilde de la Torre, entre otras. A partir de la democracia las socialistas fueron protagonistas ya de primera línea, jugando un papel sobresaliente en el feminismo y en que el PSOE terminara por adoptarlo en su programa. Ahí estarían Carmen García Bloise, Carlota Bustelo, Elena Arnedo, Carmen Martínez Ten o Matilde Fernández y Carmen Alborch, entre muchas otras. En este sentido, debemos recordar la creación del grupo “Mujer y Socialismo”.
Importante fue la fundación, también en el inicio del siglo XX, de las Juventudes Socialistas de la mano de Tomás Meabe, comenzando desde Bilbao, siguiendo el ejemplo de lo que estaba ocurriendo en el socialismo europeo. Los jóvenes tenían reivindicaciones propias que el socialismo debía atender, especialmente en relación con el servicio militar y la guerra, además de como trabajadores.
Los socialistas, defensores de la libertad de conciencia, combatieron el poder casi omnímodo de la Iglesia, aunque no coincidieron automáticamente con el anticlericalismo de signo republicano, al poner las tintas más en lo económico. En todo caso, se distinguieron por promover actos laicos en sustitución de los religiosos en los distintos momentos de la vida y la muerte.
En los inicios de los años veinte el Partido Socialista sufrió una importante crisis con la escisión comunista al no aceptar, después de un complejo proceso congresual y el famoso viaje a Rusia de Daniel Anguiano y Fernando de los Ríos, las condiciones para ingresar en la III Internacional. Los socialistas buscaron, entonces, otros referentes, siendo el laborismo británico, en auge en dicha década, un posible modelo a estudiar.
En tiempos de la Dictadura de Primo de Rivera el Partido se vio tentado por el dictador a entrar en el organigrama institucional político de la misma, pero, a pesar de que la participación de los sindicalistas socialistas en los Comités Paritarios al considerar que podían ser un instrumento mucho más eficaz para lograr avances para los trabajadores y trabajadoras que el establecido anteriormente en el Instituto de Reformas Sociales, los socialistas no dieron el paso de participar en la Asamblea Nacional Consultiva porque eso suponía legitimar una Dictadura que no aceptaban.